verbena y congreso

jueves, 31 julio 2008. Estoy en una verbena de pueblo. Han construido un circuito en forma de U con mesas muy resbaladizas. Después de recorrerlo, mientras todo el pueblo les tira a los participantes verduras podridas y tartas a la cara, comienza una escalada engrasada de cien metros de altura. No entiendo cómo pueden dejar participar a los niños. Los que caen desde esa altura mueren, pero el pueblo aplaude. Para acabar el día proponen hacer una foto de todo el pueblo con una cámara muy antigua. Cada uno que siga a lo suyo, pero sin moverse, pide el fotógrafo. Todos quedan congelados, menos mi madre, que habla sin parar. Le digo sin mover los labios que saldrá movida en la foto. Qué inocente eres, me dice, nadie está haciendo ninguna foto, es sólo un truco para que no armemos jaleo. Bajo la pasarela engrasada veo a Juan Francisco. Me dice que no entiende la forma de hablar de la gente joven. Le explico que hablan con frases hechas aprendidas en La hora chanante. Para consolarlo le digo que voy a regalarle en dvd del Señor de los anillos.
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Alberto y yo acabamos de llegar a Barcelona para un congreso. Todavía no he soltado la maleta y Alberto ya está saliendo a comer. Corro tras él, le digo que si tiene prisa, tengo dos sandwiches en el bolso. Alberto camina cada vez más deprisa. Le grito, ¡Nos vemos en Contrastes! Un chico que está a mi la do para cruzar el semáforo, me dice que el bar se llama Contradicción. Los dos preguntamos a la vez, ¿Eres de aquí? El chico dice que sí, pero que lo mejor será que vayamos al restaurante del congreso. Corro hacia los autobuses. Hay dos, uno pequeño en el que distingo a Alberto entre un montón de pasajeros. Van apelotonados. Delante hay aparcado otro, sin techo, donde sólo van unos cuántos médicos extranjeros. Le pregunto al conductor si puedo subir. Por supuesto, dice. Cuando arranca, el conductor deja el volante, y comienza a insultar a los extranjeros, sobre todo a un japonés que está sentado detrás de mí.