tinta de tinto

sábado, 20 septiembre 2008. Elena, mi sobrina, llega con s hija al bar donde estoy tomando el sol. Para coger en brazos a la niña tengo que dejar sobre la mesa un piano que llevo en los brazos. La niña corre descalza por la acera, temo que se corte. Corro tras ella y le pongo unos zapatos que saco del piano. Mientras, mi sobrina me cuenta lo que han subido los precios en el bar de la plaza de toros, su niña pide por su cuenta al camarero un plato de jamón y se lo come a escondidas.
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Álvaro García llega a casa de mis padres. Le digo a mi madre que lo entretenga mientras pongo la mesa. Sirvo vino en las copas, pero las copas son esferas del tamaño de una pelota de tenis con un agujero muy pequeño. Imposible llenarlas sin derramar el vino. Nos sentamos a la mesa, Álvaro me habla de mis poemas, pone un montón sobre la mesa y va tachando algunos versos con una pluma que, de vez en cuando, moja en la esfera de vino.
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Veo una película del día de mi comunión. Todas mis compañeras de clase van vestidas de rojo. Para las fotos, en vez de posar en posturas recatadas, dan saltos y bailan al ritmo del hip-hop. Yo no salgo por ninguna parte. Al cabo del rato, las niñas de rojo salen de la pantalla. Yo sigo esperando.