monedas comestibles

jueves, 16 octubre 2008. Alberto y yo nos despertamos en el jardín de un hotel. Hemos pasado la noche tapados con el césped como si fuera una manta verde. A lo lejos, en la piscina, veo tirarse en bomba a un grupo de chicas. Me acerco para bañarme con ellas. Lo que de lejos parecía una piscina ahora es un riachuelo de fango.
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Álvaro García y yo hemos quedado con Marcos. Llevamos más de una hora esperándolo en la puerta de la zapatería que hay frente a la catedral. Unos chicos, sentados en el banco de al lado, se ríen de nosotros. Le pregunto a Álvaro si sabe de qué se ríen. Se ríen porque habíamos quedado bajo el segundo árbol de la alameda. En vez de enfadarme, agarro a Álvaro del brazo y le doy muchos besos, para que los chicos piensen que no me importa haber perdido el tiempo. Llegamos a una especie de claustro donde viven indigentes. Al fondo veo a Jurdi, hermano de Marcos, con una camiseta naranja. Le pregunto a Álvaro si se acuerda de él, pues fue Jurdi quien nos presentó hace años. Álvaro prefiere no acercarse a él. Jurdi y yo nos abrazamos, me alegro mucho de verlo. Me fijo en que lo que parecía una camiseta naranja es en realidad su piel curtida. Tiene una cicatriz circular en el pecho. Está muy delgado. Me cuenta que lleva tres meses sin comer. Una chica rubia con el pelo muy corto, se acerca y le da un billete de 3 dólares. Jurdi se pone muy contento. Pienso que el billete es falso y no le servirá para nada. Nos acercamos a un puesto de chucherías y Jurdi pide una bolsa de bolas naranjas. 50 dólares, dice la dependienta. Jurdi le entrega el billete falso y ella le da la bolsa, que al llegar a sus manos se ha convertido en una bolsa llena de monedas de cobre. Te invito a comer, le digo. Pero Jurdi ya ha empezado a comerse las monedas.