buena vida mala vida

martes, 28 octubre 2008. Antonio Blanco ha organizado un festival de dibujos animados. Para hacer el cartel me pide ayuda. Dibujamos en una cartulina blanca, que de repente se multiplica. Tenemos más de cien carteles y una fila de fans se nos acerca para que se los firmemos. Blanco dice que después habrá una fiesta, y me empuja a un cuarto en penumbra. Hay una mesa enorme vacía. Sólo tienes que cerrar los ojos y desear, me dice. Cierro los ojos y la mesa se llena de bebidas. Los vuelvo a cerrar y aparecen mis amigos sentados alrededor de la mesa. Los vuelvo a cerrar y entran por la puerta Carmen y Enrique. Miro todo lo que hay a mi alrededor y les digo: ¡Qué buena vida!
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Estoy en un supermercado haciéndole la compra a mi suegra. Todo está desordenado, las latas abiertas, las cajas de galletas rotas, no encuentro los productos de limpieza. Alberto me dice que no olvide las cervezas. No quedan, sólo veo en una estantería una lata de sidra, pero no alcanzo a cogerla. Decido llevar las latas aunque estén abiertas, para no volver a casa sin nada. Antes debo meter el dedo en cada una y saber de qué son, pues tampoco tienen etiquetas. Alberto ha desaparecido con el carrito, salgo a buscarlo a la calle, una señora me empuja y caigo de la acera a la calzada. Caigo a cámara lenta y me da tiempo a ver que debajo hay un charco enorme de orines. En el último instante un chico vestido de barrendero me agarra la mano y evita que me caiga. Dice que me acompañará a casa.
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En el salón de una casa hay dos camas. He ordenado la habitación y tengo preparada la maleta porque, se supone, nos vamos de viaje. Alberto llega y se echa a dormir. Pongo la tele sin sonido para no despertarle. Cuando se levanta, las dos camas están deshechas y la ropa que estaba en la maleta tirada por el suelo. Se enfada y sale de la casa dando un portazo. Recojo la ropa y cierro las ventanas, pero las ventanas se me quedan a trozos en las manos. Según camino por la habitación se van levantando las baldosas. Las lámparas han desaparecido y sólo hay bombillas desnudas colgando del techo. Me doy por vencida, me asomo a la ventana y veo llover sobre un descampado lleno de escombros.