cafetera volante

jueves, 31 diciembre 2009. Veo un platillo volante en el cielo. Más bien es una cafetera volante. La digo a Muñoz Quintana que corra, que yo me encargaré de él.
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Alberto y yo nos sentamos en una terraza. Me pregunta si quiero tomar el mismo vino que el otro día. No soporto los blancos. La camarera me oye y me guiña. Llegan desconocidos que se sientan a nuestra mesa, hablan de lo aburridos que son los domingos. Alberto trata de convencer a una chica de que hay que llevarse bien con todo el mundo. Les digo que a veces es mejor librarse de algunas personas que nos fastidian. Me miran mal. Pasa una manifestación a favor de la familia. Comienza a llover y corren a refugiarse en una iglesia. Id con vuestras familias en vez de estar en la calle, le grito.

fibra de pájaro

miércoles, 30 diciembre 2009. Estoy cocinando en una habitación muy desordenada. Incluso hay dos camas donde Salvatore y Cantos duermen. Sé que bajo la cama de Cantos hay dos gatos muertos. Se lo digo a Salvatore muy flojito para no despertar a Cantos. No te preocupes, sólo son crías, dice. Bajo la colcha para no verlos. Sigo cocinando. Tengo delante un libro de recetas abierto por la página de una sopa de naranja, pero decido hacer un pastel de calabaza. Sofrío un montón de verduras en una sartén enorme. Le digo a mi hermana que coja unas patatas y las vaya pelando. No sé pelar patatas, ni siquiera sé qué son patatas, dice. Esta rubia me va a ayudar, dice. Coge una de las muñecas ucranianas que me trajo Marga, y la pone delante de las patatas. La muñeca señala con el dedo. Estoy tan alucinada que se me queman las verduras y tengo que tirarlas. La sartén parece un nido gigante lleno de paja seca, y recuerdo la canción "Fibra de pájaro". Mientras la limpio para empezar de nuevo, pienso en Kb. En que cuando vaya a Logroño me dirá que va a ser padre.

albahaca por culantrillo

lunes, 28 diciembre 2009. Un hombre trata de convencerme de que un charco junto a un muro es una máquina para revelar fotos. Apriete ahí, dice. Aprieto sobre una piedra y, efectivamente, sale una foto de una grieta de la pared. La foto es del escritor Chivite posando delante de la casa de Vladimir Holan, en Praga. ¡La máquina le ha cortado los pies!, protesto. Todavía hay que perfeccionarla, responde. La culpa es de la albahaca que ha crecido junto al muro, añade. Por ahí si que no paso, le respondo, ¡llamar albahaca al culantrillo!

dos cervezas

domingo, 27 diciembre 2009. El escritor Chivite y yo estamos en un bar, cada uno con su cerveza delante. Chivite me dice que beba más rápido o se tomará también la mía.
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Bailo en el musical "Fama". Todos mis amigos han venido al estreno. Intento que se organicen para volver a casa, ya que estamos en un descampado lejos de la ciudad. Por más que trato de convencer a Marcos de que se acople en un coche con alguien, se niega agarrándose a una verja de alambre.

indiferencia

sábado, 26 diciembre 2009. Antonio Muñoz Quintana dice que me asome al despacho de mi padre porque mi profesor de Macroeconomía quiere saludarme. Lo saludo desde lejos y me marcho rápidamente. En la acera están sentados Camilo de Ory y mi prima Elisa. Cuando me ven se tumban en la acera y juegan como cachorros. Paso por encima de ellos intentando mostrar indiferencia. En una plaza me esperan Alberto y Muñoz Quintana. Entramos en un portal y subimos por las escaleras. De la pared salen chorros de agua a presión y nos ponemos perdidos.

lacasitos

viernes, 24 diciembre 2009. Mientras mi padre trabaja lo espero sentada en la acera. Por la calle no pasan coches. Unas niñas patinan sobre el asfalto como si fuera una pista de hielo. Una niña rubia muy guapa hace piruetas. Una niña morena, sentada a mi lado, la mira con admiración y envidia. Le digo que la he visto patinar y lo hace igual o mejor que ella. Podías dedicarte a esto, le digo. La niña se pone muy contenta y me abraza. La acera se ha convertido en un bar de paredes rústicas muy blancas. A mi lado sigue la niña morena y a mi derecha se sienta un chico muy joven con una sudadera gris. Me gusta su aspecto. Por la ventana veo cómo trabaja mi padre. El trabajo consiste en llamar a la puerta de un mafioso y matarlo cuando salga. Para que los niños no miren por la ventana los entretengo contándoles historias. El chico dice que le duele un ojo, le digo que es por culpa de esas pestañas que tiene. Las pestañas le salen del lagrimal hacia abajo, como si fuera un gato. Cuando acerco mi cara a la suya intenta besarme. Les ofrezco Lacasitos. Cuando voy a ofrecerle al chico, sólo me quedan dos y una pastilla blanca muy pequeña. El chico coge un Lacasito amarillo, yo me como el azul y le digo que me alegra que no haya cogido la pastilla. El chico dice que le pida lo que quiera. Le pido que me agarre de los tobillos y mantenga mi cuerpo bocabajo en lo alto de la torre de alta tensión sin dejarlo caer. Al agarrarme de los tobillos rozo su pecho y noto cómo sus pezones me arañan las plantas de los pies. Desde esa posición le pregunto si le gusta correr. Correr es lo mejor, dice. Otra vez estamos en el bar. Llega mi padre y dice que nos vamos. Lleva un cubo con un cuerpo metido en ácido. Miro al chico con tristeza, como diciéndole que no podremos volver a vernos. El chico me besa.

las manos de beckett

jueves, 23 diciembre 2009. Tengo mucho frío, me froto las manos y entro en un bar a tomar un café. Unas manos huesudas me lo sirven sin que yo haya llegado a pedirlo. Pienso que son las manos de Beckett. Le miro inmediatamente a la cara, pero no es él, es el escritor Chivite. Ya sé que lo tomas sin azúcar, dice.
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Atencia, amigo de Alberto, nos espera con su hermano en una plaza desangelada. Su hermano es muy pequeño. Tienen mucha prisa, dice que nos va a enseñar una cafetería que ha descubierto en un primer piso. Según vamos pasando por delante de unas tiendas, las persianas metálicas se abren. Subimos a la cafetería, pero lo que hay es un parking. Rápido, al coche, dice. Tened cuidado, dice el hermano, no vayáis a pisar a las cucarachas.
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Alberto quiere que lo acompañe a bajar unas mantas a un sótano. abre una puerta y dentro de una habitación minúscula hay una chica. Es mi mujer, dice. Les dejamos las mantas y nos vamos.

calle agua

martes, 22 diciembre 2009. Llego a la casa de mi abuelo. Todo está igual. Debo arreglarme, pero hay espejos. Quiero hacer un plano de la casa porque tengo la sensación de que van a derribarla y acabaré olvidando la distribución de las habitaciones. Quiero oler los armarios, quiero mirarlo todo detenidamente, pero siento una urgencia enorme. Tengo que arreglarme y marcharme porque me están esperando.

casa-museo

lunes, 21 diciembre 2009. Alberto dice que la casa de la abuela de Odila ahora es una casa-museo. Me extraña porque la derribaron, le digo. Efectivamente la casa sigue en pie. Los carteles de entrada están en portugués. No reconozco nada, han tirado los tabiques y construido a su antojo. Todo esto es mentira, protesto. Alberto pasa entusiasmado, dice que quiere ver la biblioteca. A la entrada han puesto un restaurante muy lujoso con mesas exquisitamente vestidas, sin embargo la comida es autoservicio, la sirve una monja desde un carrito tipo salchichas Uranga. Una de las monjas que hace de camarera, me dice que no está permitido llevar niñas. Me fijo entonces en que mi hermana, tendrá unos cuatro años, corretea entre las mesas. La tomo de la mano y sigo a Alberto. Entramos en la casa. Nada que ver con la que yo conocía, sólo han mantenido las losas del suelo. Todavía se ve dónde terminaba una habitación y empezaba otra. Le señalo a Alberto el suelo de la que era la cocina. Aquí jugaba yo, le digo, pero él pasa de largo en busca de la biblioteca. Le digo que nunca hubo una. Ahí estaba la sala del piano y este era el cuarto donde dormía Paquito, le digo. Ahora hay una biblioteca, pero en vez de libros hay frascos de farmacia. En otra habitación que no se visita hay muebles amontonados. Aquí está todo, le digo. Cojo a mi hermana de la mano y salgo de allí indignada. Y triste. A la salida hay una escalera tan empinada que parece una pared. Mi hermana comienza a correr y temo que resbale. Un tipo me dice que no tenga miedo. Le explico que soy muy hábil, que sólo temo que mi hermana se haga daño. Tu hermana ya está abajo, dice. Los diminutos escalones desaparecen, la pared queda completamente vertical y lisa, y caigo.

el precio justo

domingo, 20 diciembre 2009. Le pido al kiosquero el periódico. Me pregunta si el precio me parece justo. Le digo que sí. Pues entonces le voy a cobrar 40 céntimos más, dice y se va al fondo del kiosco, que está iluminado con luces doradas. Abre una caja, de la que también sale luz dorada, y cuenta monedas.

ejercicios espirituales

sábado, 19 diciembre 2009. Vuelvo por un camino de tierra con varias chicas de uniforme. Yo voy vestida normal. Se supone que venimos de unos días de retiro. Entramos en una especie de hórreo. Apilo unos libros y, cuando voy a despedirme, una de las chicas me dice que soy una intrusa, que ella sabe que yo apostaté hace años y que sólo he ido a perder el tiempo. No respondo y salgo descolgándome por la ventana. La chica me insulta, su voz se hace cada vez más lejana hasta que dejo de oírla, aunque sólo esté de tres metros de ella. En el camino hay un coche rojo bastante hortera aparcado. Me pregunto si su dueño me sacaría cuanto antes de allí.

berenjenas y hombres en mono

jueves, 17 diciembre 2009. Estoy en un bar con el poeta Alejandro Robles. Nos extraña ver que sobre cada mesa, en vez de cenicero o vasos, haya berenjenas. Mientras Ale pide unas cervezas, voy al servicio. Al mirarme al espejo veo que llevo una capa. No comprendo de dónde ha salido. Por más que me la quito, la capa vuelve a aparecer. Ya no estoy segura de si llevo una o cientos de capas una debajo de la otra. Caigo agotada al suelo. Ale abre la puerta del baño mira a ver si estoy y se marcha. Desde debajo de las capas intento pedirle ayuda, pero no me ve.
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Estoy en una casa que sólo tiene paredes, si miras hacia arriba se ve el cielo, un sol radiante que lo ilumina todo. La casa tiene tantas habitaciones que parece un laberinto. Me siento muy feliz. En una de las habitaciones veo a mi suegra subida al alféizar de la ventana, corro hacia ella para que no caiga al vacío. Suena el timbre. Como tampoco hay puertas cualquiera puede salir y entrar a su antojo. Entra un médico y cuatro enfermeras. Mi suegra les dice que le enchufen los dos nervios que se le han soltado. Una enfermera le mete las manos en la espalda, como si fuesen de plastilina. El médico toma notas en una libreta. Finalmente me dicen que no podrá volver a andar. Mientras salen, varios albañiles han entrado en la casa y se llevan los marcos de las ventanas y algunas losas del suelo. Otros tipos ataviados con mono azul me extienden una factura. No sé de dónde ha salido tanta gente ni tengo manos para atenderlos a todos. Mi suegra saca una caja de lata de debajo de la cama. Págales y que se vayan todos, dice. Salgo de la casa a respirar y veo como el médico se marcha del brazo de una de las enfermeras. Lo veo agacharse de vez en cuando a coger piedras del suelo.

uniforme ridículo, pelos ajenos y llaveros retro

martes, 15 diciembre 2009. Voy hacia la casa de Virginia Aguilar. Quiero felicitarla por el premio Andalucía Joven que acaba de ganar. Cuando llego a su calle, en la capilla que hace esquina no hay Cristo ni Virgen, está Camilo de Ory con un uniforme militar griego bastante ridículo. Me dice que es el centinela y que no puedo pasar. Pienso que esté de broma. Si te acercas disparo, dice apuntándome con lo que parece una espingarda de juguete.
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Alberto y yo estamos en una habitación de hotel que da directamente a la terraza de un bar. Me está esperando en una de las mesas. Va vestido en tonos claros. Pienso que le quedan mejor que el negro. Corro las cortinas e intento ducharme, pero la bañera se va convirtiendo en una pila de piedra muy pequeña. Observo el suelo y está lleno de pelos muy cortos, como si el anterior cliente se hubiese afeitado. En realidad toda la habitación se está llenando de pelos cortos. También ha comenzado a inundarse. Siento un asco tremendo, pero no puedo salir sin arreglar. Me ducho como puedo, pensando todo el tiempo que si el agua sigue subiendo moriré ahogada cubierta de pelos ajenos.
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Llego a casa de Daniel Verge, me cuesta mucho subir la escalera, como si cada pierna me pesaba cincuenta kilos. Cuando llego al descansillo todo está lleno de juguetes, incluso hay unos columpios desarmados. Pienso que son los juguetes de su sobrina y su hija. Al pensarlo, una señora me dice que no con el índice. No entiendo cómo saber lo que estoy pensando. me siento a su lado en lo que parece un parque. Veo a Daniel a lo lejos ir y venir acarreando juguetes. No le digo nada. La señora tampoco dice nada, sólo me mira. Un tipo muy sucio se acerca con una caja llena de juguetes rotos. Quiere que le compremos algo. Reconozco en la caja algunas cosas que fueron mías cuando era niña, como un monedero celeste de perlitas o una espada sonriente. Daniel aparece, le dice que sin marketing no venderá nada. En pocos segundos hace llaveros con cada juguete roto y varios niños se pelean por comprárselos.

despedida

domingo, 13 diciembre 2009. Me encuentro por la calle al que se supone es un amigo al que no veo hace mucho, pero sólo es una cabeza con una nariz enorme, en forma de plátano. La abrazo, le doy muchos besos y le digo cuánto me alegro de verle.
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Camino por un descampado. Al fondo veo un edificio enorme iluminado. Me llevo cierta decepción al acercarme y comprobar que es un edifico de El corte inglés. Una chica resuelta se me acerca, dice que tiene tiempo de acompañarme para que no me pierda. Demasiado resuelta, pienso. La chica dice que podemos volver a vernos. Dame tu teléfono, dice. Mejor dame tu mail, respondo. La chica me da un mail y pienso que acaba de inventárselo. Casi me alegro. Después me da un beso en los labios y desaparece.
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Estoy asomada a una terraza que da a una cala. No hay arena, sólo piedras que brillan. El agua es naranja. No me canso de mirarlo. Aparece un grupo de motoristas y plantan sus tiendas de campaña sobre las piedras. Pienso que ya no podré bajar a coger ninguna. Una niña se me acerca, me tira de la ropa y me dice que tengo que ir a ver a un tipo que conozco al hospital. Un celador me dice que tengo que apuntarme en una lista y que él, el tipo, nos irá llamando para despedirse. En éstas, la puerta se abre. Veo una habitación pequeñísima, con una cama minúscula donde él está sentado, envejecido, consumido. Hay alguien hablándole a los pies de la cama, se despiden. Pienso en que no sabré qué decirle, pienso en que no lleva sus gafas y que tal vez no me reconozca. El tipo levanta la mano y me saluda. Yo sonrío y doy saltitos, como si saludara a un niño que va en un tiovivo. Me alegra verle sonreír. La puerta se cierra. Mientras espero mi turno para entrar, pienso en que le diré que no tiene que preocuparse por nada, que puede morir tranquilo, que yo cuidaré de sus padres.

vivir juntos separados

sábado, 12 diciembre 2009. El poeta Francisco Javier Casado me enseña un poema en 3D. Me recuerda a un juguete de la infancia, "Los imposibles" de Mattel, una burbuja transparente de base circular de unos ocho centímetros de diámetro. Dentro de la burbuja de Casado hay dos habitaciones simétricas idénticas. En una hay una figurita masculina y en otra una femenina que se parece a mí. El poema se titula "Vivir juntos separados", dice. Mientras muevo la burbuja en mis manos para hacer que los personajes se muevan, el poeta Casado y su novia Lidia me observan satisfechos sentados en dos hamacas simétricas idénticas.
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Alberto entra en una iglesia y dice que me dé prisa porque va a empezar. Se sienta en primera fila. Me siento justo detrás, junto a un chico que tiene el banco lleno de apuntes. El chico me cuenta que después de ese examen será economista, aunque no le guste nada. Yo dejé la carrera por eso, le digo. El chico se ríe. Alberto se vuelve y nos manda callar. Cuando empieza la misa me sorprende ver que el cura es Miguel López Gaspar, y el monaguillo Mocito Feliz.
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He quedado con alguien a quien nunca he visto en un hotel. Tengo que subir sin que nadie de recepción me vea. Hay dos ascensores y no sé cuál tomar. Como voy descalza elijo el que está tapizado de moqueta gris, incluso las paredes y el techo. Cuando el ascensor llega a mi planta, dejo que las puertas vuelvan a cerrarse y le doy al Bajo.
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Un barco llega a una ciudad plana, casi desértica. Un hombre me entretiene en cubierta preguntándome de dónde soy y si vengo a hacer turismo. Yo sólo quiero bajar del barco, pero tampoco quiero parecer maleducada. Mi amiga Begoña Paz me hace señas y voy hacia ella. Quiere que le haga una foto bajando del barco. Cuando la enfoco, lo que veo en pantalla son dos niños jugando. Aun así, disparo. Lo que era un desierto, de repente es un monte frondoso. Miro al hombre sorprendida. No imaginaba esto, le digo. California es todo sorpresas, dice.

croché

viernes, 11 diciembre 2009. Me escondo en una habitación grande y cuadrada con la que ya he soñado otras veces. Está igual de desordenada que siempre. Las persianas están echadas y, antes que encender la luz, prefiero buscar las cosas a tientas para que nadie sepa que estoy ahí. Encuentro un vestido blanco de croché, me lo pongo delante para ver qué tal me queda. Tengo que subirme a la cama para que no arrastre. Me miro al espejo. Me pregunto cómo sería la vida vistiendo de blanco.

pedregalejo

jueves, 10 diciembre 2009. Estoy con mis padres y mi hermana en la playa. Parece Pedregalejo, antes de que hicieran el paseo marítimo. Mi hermana es muy pequeña y corre hacia la orilla. Le digo que tenga cuidado y en ese momento un coche pasa a toda velocidad por la orilla y la arrastra mar adentro. Mis padres no han visto nada, intento rescatarla pero nadie me ayuda. Decido que no les diré nada a mis padres hasta que sepa con seguridad si está muerta o viva.

construcciones

miércoles, 9 diciembre 2009. Estoy muy cansada y quiero dormir, pero antes tengo que hace construcciones como aquellas que hacían los Curris de los Fraguel. Las construcciones sirven para que los mocos drenen y las personas que no pueden respirar, a causa de un resfriado, se las metan en la nariz. Las construcciones deben llegar al suelo donde los mocos desaparecen. Las construcciones están hechas de moco y queso. Las construcciones deben estar muy bien hechas porque algunos se las comen después de usarlas. (Aclaro que este sueño ha sido provocado por un constipado de aúpa y 38ºC; no es que mi subconsciente sea tan cochino.)

lunes, 7 diciembre 2009. Acaban de inaugurar una tienda de vino. De las paredes de ladrillo cuelga ropa de colores con bordados. En el suelo hay prendas rústicas de lana. Las doblo y las coloco en las estanterías. La dueña se me acerca. Le digo que tiene una tienda muy bonita, que se parece a la de la última película de Coixet. Observa toda la ropa que he doblado. Soy la mejor dobladora de ropa del mundo, le digo.
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Alberto va haciendo fotos a las casas de Conde Ureña mientras cruza. Tengo que guiarlo y empujarlo para que no lo atropelle un coche. Al llegar a Calle Amargura, dice que cortemos camino cruzando por la Clínica Pascual. Le digo que prefiero dar todo el rodeo, que no pienso volver entrar allí. Te espero al otro lado, le digo.
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Un niño escribe una carta sentado en lo que parece un trono. Deja espacios entre las palabras porque dice que piensa más rápido que escribe. Le digo que va a ser un gran escritor. ¿Cómo lo sabes? Has escrito Tí con acento todas las veces, le digo.

camas

domingo, 6 diciembre 2009. Estoy en la cama. Dudo si levantarme o no porque estoy muy cansada. Mientras me decido oigo hablar al otro lado de la pared. Alberto le dice a su hermana que volveremos sobre las siete. Su hermana entra en el cuarto y se mete en la cama que hay junto a la mía. Yo intento levantarme, pero no puedo moverme.

pájaro gigante

sábado, 5 diciembre 2009. Alberto y yo caminamos hacía el garaje. Me voy encontrando a algunos amigos que se me acercan y, sin mediar palabra, me besan muy levemente en los labios. No entiendo nada. Pienso que se han puesto de acuerdo para gastarme una broma. Ya en el garaje se me acerca Marcos. Le doy dos besos, pero él me busca los labios, me besa y desaparece. Al entrar en el coche le digo a Alberto que no entiendo nada, que he tenido la sensación de que me besaban porque se estaban despidiendo de mí porque iba a morirme. Es que vas a morirte, dice Alberto.
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Alberto está buscando una casa. Dice que ha quedado con el dueño. Entramos en una casa mata abandonada. Me sorprende que Alberto tenga la llave, aunque la puerta es de chapón y pienso que hubiésemos entrado igual. Dentro la oscuridad es absoluta. Le digo a Muñoz Quintana que haga fotos con flash para orientarnos. Cada disparo nos muestra paredes empapeladas y muebles rotos. Cuando llega el dueño abre las ventanas y se sienta en el suelo sin decir nada. Por la ventana veo pasar una bandada enorme de pájaros. Se paran en el cielo y se unen formando un único pájaro gigante. El pájaro gigante se posa en un edificio que se parece al Ayuntamiento de París. Veo cómo los muros empiezan a resquebrajarse. Pienso en que si hay gente dentro van a morir sepultados. Por más que grito intentando avisar de la tragedia que se avecina, nadie me hace caso.

casa de locos

viernes, 4 diciembre 2009. La casa de mi abuela es un caos. alguien ha dejado un váter en la cocina, algunas puertas han sido sustituidas por cortinas. El jardín está cubierto de fotos antiguas de la familia, que pisan sin preocuparse. Mi padre lee en alto una columna de opinión que ha escrito para un periódico mientras mi madre le pregunta si le gusta su blusa nueva. Mi tía dice que me regala uno de sus anillos, pero cuando me lo da, veo que ha sustituido la esmeralda por una piedra plana y opaca. El anillo se parte en mi mano. Dice que con las piedras que le ha quitado mandará hacerse otro. No aguanto ni un momento más allí. Alguien ha separado el mueble de la pared y lo ha colocado en mitad del recibidor. No sé cómo salir de la casa. Al mueble le han arrancado las puertas. e fijo e que está lleno de libros, mis libros, los que creí que había perdido. Intento guardar algunos en la maleta para llevármelos, pero pesan demasiado. Afuera, mi hermana ha atado una cuerda a una loncha de jamón e intenta cazar lagartijas. Sólo deseo salir de allí.

el gato cuida nichos

miércoles, 2 diciembre 2009. Voy en el asiento de atrás del coche, un chico conduce, es mi coche pero el volante está a la derecha. Una chica se acerca cuando estamos parados en un semáforo y le da patadas a las puertas. El chico dice que es un exnovia y que está loca. Cuando aparcamos, me acerco a la chica para pedirle explicaciones. La chica se convierte en una planta con pelos blancos que parece una medusa. Arranco la planta de la tierra y la levanto hasta la altura de mi cara. No se puede odiar a la humanidad, le grito.
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Andrés Gómez Miranda dice que ya tiene todo listo para su lectura de poemas. Señala al suelo. Veo un acordeón, un Do-re-mí y un ordenador de Pocoyó. Le pido que me preste el acordeón. Comienzo a tocar como una auténtica profesional. ¿Crees que le parecerá mal a Paco Cumpián si leo dentro de un acuario?, me pregunta.
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Vivo en China, en una habitación con pocos muebles. Salgo a la calle y veo a una mujer muy pequeña. La sigo, porque se supone que es mi madre aunque tiene aspecto de china. Cruzamos un jardín precioso, imagino que se dirige a su casa y apuro el paso para alcanzarla. ¿Quieres ver mi casa?, me pregunta y abre la puerta. Al abrirla un grifo comienza a echar agua y a mojarlo todo. El suelo está lleno de colillas, sólo hay un catre sin sábanas. La casa es una habitación con muchas posibilidades, con dos terrazas a distintos niveles. La imagino ordenada y limpia y pienso que podría ser feliz allí. La china que se supone que es mi madre no me atiende cuando le hablo. Un chico alto entra y saca una cerveza de un frigorífico con puerta de cristal. Cuando voy a bajar del desnivel de la terraza, el chic me aprieta contra su cuerpo para ayudarme a bajar. Mi cara queda a al altura de la suya y pienso que va a besarme, pero sólo me da un pequeño beso en la cara. En el suelo ha calcetines sucios y un trozo de espumillón verde. Lo recojo y salgo triste y enfadada. En el jardín hay un gato negro durmiendo enroscado. Pienso en que nunca he visto un gato chino. El gato al desenroscarse es enorme y me ataca. Al intentar quitarme lo que llevo en la mano se me queda prendido de los dedos. Sus colmillos me hacen mucho daño. Intento deshacerme de él con el gesto de quien baja la temperatura de un termómetro. El gato cae al fin al suelo, pero ha conseguido quitarme un calcetín y el espumillón. Lo sigo. Me acerco a su escondite. El gato ha enmarcado una lápida con el espumillón y ha colocado el calcetín a modo de bandera. Las letras están en chino y no sé quién está allí enterrado. Me da tanta pena, que no recupero mis cosas y me alejo. Cruzo de nuevo el jardín y pienso que debe de haber una puerta para volver a mi mundo. abro la puerta de unos servicios públicos y cruzo entre lavabos. El chico alto aparece de nuevo. Le cuento desesperada todo lo que me ha pasado. Los problemas con la mujer china que se hace pasar por mi madre y con el gato que cuida nichos. El chico me agarra por la cintura y acerca mi cuerpo al suyo. de repente me doy cuenta de que estoy muy resfriada y no puedo respirar por la nariz. Pienso que si me besa moriré ahogada.

trampolín y lavadora

martes, 1 diciembre 2009. Estoy subida a un monte muy alto. Desde allí cuido con la mirada de un perro pequeño. Pienso que mientras lo mire no puede pasarle nada malo. Mientras, espero a que llegue mi amigo Salvatore, porque pienso que el perro es suyo. Desde donde estoy, veo ahora una piscina inflable para niños y a unos niños que se lanzan de cabeza desde una especie de cucaña. Quiero avisarles de que hay muy poca agua, que es muy peligroso. Uno a uno los niños van tirándose de cabeza y ninguno cae en la piscina, aunque todos se levantan del golpe tranquilamente. Igual que con el perro, me quedo mirándolos, aunque eso me hace sufrir muchísimo, porque pienso que mientras los mire, no les pasará nada malo.
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Alberto y yo vamos camino a clase. Le digo que a la profesora no va a gustarle nada que lleve un mono, pero que seguro que a Ángeles le encanta. En la clase hay sillones enormes en vez de sillas. No hay espacio para sentarte ni para tomar apuntes. Los sillones son cuadrados, muy bonitos. Muevo el mío para que me entren las piernas y despeino al chico que hay delante de mí como para pedirle disculpas. Al revolverle el pelo pienso que lo tiene igual que el poeta Iker Biguri. La profesora le regaña a uno de los alumnos por hacer ruido, pero el alumno en cuestión, es una lavadora centrifugando.

el mal de la muerte

domingo, 29 noviembre 2009. Estoy en, el que se supone, cuarto de mi hermana, metida en la cama, inmóvil, sin poder hablar. Mi madre está a mi lado. Intento decirle entre susurros que me gusta la distribución de los muebles y los colores que ha elegido, que si pudiera me quedaría en ese cuarto para siempre. Le digo que no lo adornaría, que sólo pondría tres fotos, una suya, otra de Beckett y una tercera que iría cambiando cada semana. Las paredes son azules, en el suelo una alfombra en tonos naranjas. Hay un mueble pintado de blanco. No me gustan esos colores, sin embargo el conjunto resulta relajante. Mi madre dice que cierre los ojos y descanse. Yo sé que si los cierro me moriré en ese mismo instante.
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Camino por la calle en zapatillas, envuelta en una colchoneta antiescaras. Me da vergüenza, no cruzo por los semáforos para no me vean los coches parados. En la calle donde vive mi suegra han tirado muebles en el contenedor de basura. Hay una silla azul rota, muy pequeña. Le pregunto a unos niños si me la regalan. Uno de ellos se lanza de cabeza al contenedor, que está lleno de agua. Pienso que puede ahogarse por mi culpa. Saca la silla mojada y rota. Dice que va a tomarse un café para entrar en calor, me pregunta si quiero uno. Se fija en mi atuendo, me pregunta si me he escapado del hospital y si voy a morir. Sí, le digo.

híbridos

sábado, 28 noviembre 2009. Camino por la calle con una chica muy guapa mitad mi prima Cristina, mitad mi amiga la poeta Carmen Beltrán. Hablamos como si acabáramos de conocernos, sorprendidas de todo lo que tenemos en común. Hablamos en inglés. Caminamos por unas calles al sol entre edificios de cúpulas blancas. Yo llevo en la mano una esponja.
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Estoy con un grupo de personas de distintas edades. Todos llevan carpetas y bolsas de congreso menos yo, que sólo llevo un lápiz en la mano. Buscamos un restaurante. Un chico muy alto mitad Íñigo San Sebastián, mitad Camilo de Ory, me agarra del brazo para que me siente su lado. Es restaurante es estrecho con mesas redondas, descomunales, muy bien vestidas. En cuanto nos sentamos el restaurante se llena. Todos comentan la suerte que hemos tenido. No sé qué hago allí.
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Mi hermana dice que su dormitorio está lleno de insectos, me pide que los mate. Busca debajo de la cama, dice. Hay un colchón en el suelo y al levantarlo salen varios ciempiés. Me da pena aplastarlos. Los empujo de nuevo debajo del colchón y les digo que no se muevan. Después digo a mi hermana que ya me he deshecho de ellos, que puede dormir tranquila.
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Mi cuñada abre una caja de cartón muy grande y saca un koala precioso que se agarra a su cuello. tengo algo para ti, me dice y me enreda una culebra en el brazo. Intento gritar pero no puedo.
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En un cobertizo, con muy buena luz, hay una cama que ocupa casi todo el espacio. Intento encontrar una postura cómoda. Mientras, un tipo mitad Alfredo Taján, mitad José Luis González Vera, dice que ha pagado un millón de euros a su psicoanalista. Su psicoanalista, en cuestión, es una señora despeinada con muy mala pinta que está sentada al fondo del cobertizo. Yo te curaba gratis dándote dos hostias, le digo. La psicoanalista se levanta muy ofendida, sale al campo y se mete en una especie de garita abandonada. Estarás contenta, me dice el tipo muy enfadado, has conseguido que recaiga. Me asomo a la ventana y la veo tirando piedras al mar.

yumanyi

viernes, 27 noviembre 2009. Mi prima Cristina ha organizado una lectura sorpresa de poemas en la cocina de la casa de mi abuela. Ha invitado a todos mis amigos. Mi amigo el poeta Agustín Calvo Galán, me regala un tríptico en acordeón con fotos y poemas. Incluso aparece una foto de mi madre. Me siento muy feliz. Mi hermana le dice a su marido que me haga algunas fotos de recuerdo. Hero saca una cámara diminuta, me la acerca a la cara y dispara varias veces el flash directamente a los ojos. Mi hermana se enfada muchísimo y lo saca a tirones de la cocina como si fuese un niño. Todos salen de la cocina asustados, en estampida. Mi prima Cristina dice que tiene que ir al cuarto de baño y que empiece la lectura un poco más tarde. A esas alturas ya me da igual porque no queda nadie, sólo mi tía Paqui y mi tía Rosa, sentadas en unas hamacas, hablando de sus cosas.

cámara lenta

jueves, 26 noviembre 2009. Cuando voy a llevarle el desayuno a mi suegra veo que no está en la cama, la busco por toda la casa. Aparece y desaparece a ráfagas, como si fuera una niña que corre o un fantasma. Tropezamos de frente en el comedor. Dice unas palabras y cae al suelo a cámara lenta. Llamo a Alberto para que me ayude a levantarla, pero cuando él llega el cuerpo de su madre ya no está en el suelo. Rebusco entre las sábanas. Por la ventana suben voces y aplausos, me asomo. En la calle hay un campo de fútbol y están entregando un trofeo a la Selección Española. Daniel Verge me toca el hombro y dice que se va a una conferencia, y que ponga la tele porque seguro que lo enfocan. Pero en la tele sólo aparecen los futbolistas y la gente en la calle gritando.

vichy

miércoles, 25 noviembre 2009. Tres marineros se fugan de un barco aprovechando que les han dado la noche de permiso. Una chica con un chándal rojo quiere unirse a ellos. La ayudo a escapar. Corremos hacia ellos y uno sus manos. Los veo alejarse, los cuatro de la mano.
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Camino por la calle de un pueblo muy limpio y ordenado. Hay rosales trepadores en todas las puertas de las casas. Entro en un salón de té. Voy pasando por diferentes habitaciones donde todos toman unos dulces muy barrocos de colores. La última habitación es una tienda de ropa para niños. Le pongo a una niña un vestidito de cuadros vichy blancos y naranjas, muy parecido a uno que tenía yo con cinco años. La dependienta no sabe si agradecérmelo o regañarme. La niña y su madre se van muy felices.

señor zanahoria

martes, 24 noviembre 2009. Alberto tira de la contra de una ventana y mueve todo el muro de una casa. Pienso que se le va a caer encima, pero la casa sólo se balancea como si fuera de gomaespuma. Después tira de unas ramas y recoloca todo un jardín. Mueve árboles con sólo un empujoncito. Una palmera altísima se dobla y cae cruzando la calle. Con sólo un dedo la devuelve a su lugar. Después caminamos hasta casa de mi abuela, nos sentamos en el jardín y esperamos a que amanezca.
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Veo en una estantería unos zapatos que me gustan, pero tienen un agujero en el talón. Le pregunto a la dependienta si tiene unos nuevos. Me sienta de malos modos y me prueba a la fuerza unos zapatos horribles, azules brillantes terminados en punta. Escapo como puedo. La tienda está cerrando y no encuentro la salida. Otros clientes también huyen. Llegamos a una zona de dormitorios, pienso que explotan a las dependientas y las hacen dormir allí. En una de las habitaciones hay un sofá rojo con forma de elefante. Pienso que a Purranki le gustaría mucho. En ese mismo instante aparece Purranki con Joan Masip. Nos sentamos en el sofá y nos reímos. El sofá tiene un agujero en un lateral, meto los dedos y saco gomaespuma. Parece plastilina. Moldeo un muñeco, le pongo pelo naranja, ojos y boca. Mira, le digo a Purranki, es el Señor Zanahoria y es igual que tú.

los malvados

sábado, 21 noviembre 2009. El ginecólogo le dice a mi prima Elisa que como no podrá tener más hijos le recomienda que pegue en un álbum fotos de ella y de su marido de niños, y se hagan a la idea de que son sus hijos. Andrés saca del bolso, en ese mismo momento, un álbum que ya traía preparado. El ginecólogo aplaude como un niño. Mi prima lo abre y lee en la primera página "Los malvados". Se levanta ofendísima y se va.

cervezas

jueves, 19 noviembre 2009. Dos chicos, que parecen rusos, meten muebles en una furgoneta. Una chica que va conmigo se enfrenta a uno de ellos, lo insulta. Un momento después le ofrece una cerveza. Yo subo a casa. La chica vuelve llorosa, dice que han vuelto a discutir y que al final no nos llevan con ellos. Suena el teléfono, es el chico ruso pidiéndole perdón.
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Alguien me pasa un papel arrancado de una libreta, donde alguien ha escrito que mi primo Francesco ha muerto.
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Alberto se prueba unos zapatos que no pegan nada. Le digo que en la planta de arriba hay unos preciosos. Por la planta de arriba cruza un río. Me recuerda a Florencia. Alberto dice que prefiere caminar a comprarse unos zapatos. Desaparece. Me siento junto al puente, en el suelo, y me cubro la cabeza con un periódico porque me molesta el sol. Me siento a esperar. Después de mucho tiempo, me levanto y miro a mi alrededor. Alberto está a mi lado tomando una cerveza. No sé desde cuándo lleva allí, me enfado muchísimo. Dice que no me ha dicho nada porque no me ha reconocido.

fotomatón

miércoles, 18 noviembre 2009. Cruzo un descampado de rastrojos secos hacia una carretera. La carretera no tiene arcén, tengo que subirme a los quitamiedo de los laterales para que no me atropellen. Los quitamiedos están tan altos que uso para subir una cuerda que cuelga de una polea que cuelga de la rama de un árbol. Un hombre tosco y sucio en camiseta interior aparece comiendo un enorme plato de espaguetis. Con la boca llena, me dice que la polea es suya. No me dice directamente que le pague, pero me indica con la mirada que entré y me haga unas fotos en sus cabinas de fotomatón. Junto a la carretera hay un pasillo larguísimo de cabinas. Casi todas están ocupadas, así que sigo caminando y cuando llego al final del pasillo, corro para escapar de allí. Una chica me señala con el dedo donde debo ir, pienso que me indica la parada de tren, pero acabo en el mismo descampado de rastrojos secos de antes.

fresas

martes, 17 noviembre 2009. Bajo por calle Granada y la calle es una tetería con mesitas bajas y sillones. Veo a Blanca, la mujer del escritor Garriga Vela. Le pregunto por su mano, me la muestra, ya no lleva vendaje. Sigo caminando, tengo que esquivar mesas. Llegando a la Plaza de la Constitución, veo un mostrador con cestos de fresas y limones diminutos. A lo lejos veo al poeta Juan Pardo Vidal haciéndome señas. Entiendo que coja algunas fresas para la cena.

tobogán y ascensor

lunes, 16 noviembre 2009. Dentro de una habitación hay un tobogán. Me tumbo, encojo las piernas y me hecho a dormir. Alguien me dice que tengo el pelo quemado. Tiro de un lado del tobogán como si fuera una manta y vuelvo a dormirme.
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En un portal una pareja le da instrucciones a su hijo de cómo debe comportarse. Ella se parece a Verónica Forqué, incluso hablando, así que no sé si le habla en serio o en broma. El portero me dice que el cine es en el segundo piso, que por nada del mundo me equivoque de botón. Corro hacia uno de los ascensores, que está amueblado como una salita de estar del siglo XIX. En un rincón hay dos botones, se apaga la luz y le doy sin querer al 9. Aparezco en un hall lleno de adolescentes. No sé por qué me parece algo siniestro y me vuelvo al ascensor. Un tipo gordo ha entrado antes que yo, intenta abrir la puerta desde dentro para que yo también baje, pero su desesperación por que yo entre me hace sospechar.

globos

jueves, 12 noviembre 2009. Clara, la hija de mi amigo ex-poeta Daniel Verge y Ángeles, está sentada en el suelo inflando globos. No entiende por qué no suben hasta el techo. Para no decepcionarla, en vez de explicarle que sólo suben los globos de gas, les pongo cinta adhesiva y los pego al techo.

baldosa motorizada

martes, 10 noviembre 2009. Un chico y yo nos desplazamos sobre el asfalto subidos a una baldosa. Tenemos que abrazarnos muy fuerte y mantener el equilibrio porque la baldosa va a mucha velocidad. El chico se sorprende cuando le digo que lo quiero. No nos conocemos de nada, dice. Es por la velocidad, respondo. Cuando la baldosa va lenta, te quiero menos, pero cuando acelera soy completamente feliz, le explico. El chico me besa. Entramos a toda velocidad en la Alameda, vemos a unos obreros extendiendo una red. La red nos detiene. Un policía nos pide el carnet de conducir. Nos somos peces, le grito. El policía nos mira asombrado, nos devuelve los carnets y dice que no hemos perdido ningún punto. Tengan cuidado, dice, hemos cambiado todos los semáforos por redes.

madre mía

lunes, 9 noviembre 2009. Después de tapizar varios sofás escondiendo en su interior unos sobres amarillos, salimos de una nave en el puerto. Todavía no ha amanecido. Una chica muy demacrada se me acerca, la cojo del brazo para ayudarla a caminar. Con las primeras luces veo que es Penélope Cruz. Con lo que yo he sido, dice. Le digo que está mucho más guapa sin maquillar, que no se preocupe por nada, porque un amigo nos va a llevar a casa. En la explanada del parking el poeta Alberto Tesán nos espera apoyado en su coche. Mira, parece un anuncio de perfume, le digo a Cruz. No consigo que se ría. Tesán se quita la camisa y dice que nos sentemos detrás para poder mirarnos las piernas. Efectivamente, al entrar, las faldas se nos suben. Madre mía, madre mía, dice Tesán.
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Mis tías cuchichean. Dicen que estoy desperdiciando la juventud por no maquillarme. Saco del armario una caja de zapatos llena de cajitas de sombra de ojos. Uso una morada en los párpados y un lápiz negro. Parezco un cuadro de Van Dongen. No me atrevo a salir.

realeza

viernes, 6 noviembre 2009. Cruzo la Plaza de los monos con Antonio Muñoz Quintana y otro chico que no conozco. En los escalones hay lápices tirados. Se agachan a recogerlos y me los dan. Me doy cuenta de que el chico que no conozco lleva puesto mi collar de cuentas de jade. No sé cómo decirle que me lo devuelva después de haber sido tan amable dándome los lápices. Llegamos a un restaurante, mi madre nos espera en una de las mesas. Al poco tiempo llega la infanta Elena y su marido. Se sientan con nosotros. La camarera les pone delante una cazuela de barro que rebosa comida. Dice que quiere hacerse una foto con ellos. Mi madre dice que se ponga a la cola porque ella está antes. Les digo que parecen tontas, y que deje de agasajarlos con cazuelas, que les ponga sopa como a todo el mundo. Marichalar se ríe a carcajadas. Tiene los dientes picados. Me levanto, lo señale y le grito que es un impostor. Acuso a Marichalar de haber robado mi collar. La infanta lo registra, lo saca de uno de los bolsillos, me lo devuelve y me pide perdón.

jedi y trapecio

jueves, 5 noviembre 2009. Llaman a la puerta, mi suegra corre a abrir a pesar de que se lo he prohibido. Empujo la puerta y corro hacia la terraza para impedir que entren por el tejado. Ya han entrado y dos hombres amenazan con violar a mi hermana. Me concentro y llamo a mi padre telepáticamente. Mi padre llega al instante vestido de Jedi. Les propongo a los intrusos un combate de espadas láser. Mi padre saca un boli Bic y lo empuña en posición de lucha.
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Desde un sitio muy alto veo una coreografía de cientos de personas, en plan "Viva la gente", vestidos de colores. Me fijo en una chica, está sobre el trapecio y lleva tacones. Deseo ser ella.

etiqueta

miércoles, 4 noviembre 2009. Marcos Jurdao lleva la etiqueta de la camisa sobre el pecho, como si fuera una corbata. Le digo que le sienta muy bien, que está muy guapo. Juan Maldonado saca unas tijeras enormes y se la corta, la pone al trasluz de una bombilla para leer lo que dice y se ríe a carcajadas. Mi madre dice que no hagamos ruido porque las enfermas estás durmiendo. Dice que le ha dicho al hijo de la compañera de habitación de mi suegra que Alberto es médico. Le digo que no diga nada, que diga que es informático para que lo dejen en paz. Ella responde que eso es muy feo, mentir y ser informático. Adiós, le digo para no discutir. Antes de salir a la calle saco de un cajón una jeringa enorme llena de sangre y me voy con el miedo y la intención de ponérmela. Una vez fuera veo a una niña en bicicleta, a su alrededor, por el paseo marítimo gente con pinta de los años 70. Tiro la jeringa, me siento muy feliz.

peces rojos y albornoz

lunes, 2 noviembre 2009. Parece una película. Un chico está en el suelo, una excavadora levanta su cuerpo. Desde allí arriba ve cómo alguien tira una bolsa de plástico con dos peces rojos al agua. Él se lanza, como desde un trampolín, a rescatarlos. En ese momento, alguien cierra una trampilla bajo el agua y donde habían caído los peces y el chico, explota.
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Joaquín Reyes, de "Muchachada nuí", ha organizado una especie de competición por la ciudad que básicamente consiste en que todos huimos y unos tipos intentan dispararnos. Sólo quedo yo, me escondo en bodegas, entre cajas que huelen a humedad. Acabo dentro del tronco de un árbol. Dentro del tronco hay una escalera de caracol que me lleva a una buhardilla, donde Reyes me espera en albornoz. Sabía que ganarías tú, me dice.

stella

domingo, 1 noviembre 2009. Estoy dentro de una especie de pecera de cristal con forma de cubo. A mi lado un hombre repuja una hebilla de cinturón. Veo pasar a Javier Laberia con una niña de la mano. Pienso que por fin tiene lo que siempre quiso, tres hijas (cuando en la realidad tiene una hija y un hijo). Miro a la niña alejarse de espaldas de su mano. Alguien me dice que se llama Stella.
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Busco una tienda de discos por los alrededores de la Plaza de la Merced. No reconozco ninguna tienda. Empieza a anochecer y hace frío. Me pongo una blusa muy fina sobre un jersey muy grueso con cremallera. Noto que la gente me mira. Me veo reflejada en un escaparate y, efectivamente, parece que vaya disfrazada.

bolsos

sábado, 31 octubre 2009. Le digo a mi hermana que salgo a comprarme un bolso. Dice que me acompaña y, en vez de vestirse, se desnuda. Ante mi cara de estupor, se pone varias prendas, unas encima de otras, hasta no poder moverse. Mientras espero a que se arregle, salgo a la terraza. En cada terraza del bloque que queda enfrente hay una chica con un bolso enorme, me lo muestran y se ríen.

café con gambas

viernes, 30 octubre 2009. Mi hermana y mis primas estás en el comedor de la casa de mi abuela sentadas alrededor de la mesa. Separan cosas inservibles y las meten en bolsas de reciclaje. Yo reviso cada bolsa. En la de cartones encuentro objetos de plástico, juguetes y tubos de vitamina C. Separo cada cosa con paciencia. En otra bolsa hay un álbum de fotos. En una de ellas mi madre está muy guapa y muy joven . Despego una foto y la uso como si fuera un teléfono, efectivamente mi madre está al otro lado y hablamos.
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Voy tumbada en el asiento de atrás de un coche. Veo cómo un paisaje de casas muy blancas va pasando ante mis ojos. Deseo que el trayecto no acabe nunca.
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Alberto, Salud y yo pedimos un café en una terraza. El camarero trae dos gambas enormes. Salud intenta pelarlas pero cada vez que las toca se convierten en otra cosa, unos bichos viscosos con coral muy desagradables. No entiendo cómo pueden tomar gambas con café. El mío, por cierto, no me lo han puesto.
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Encuentro un libro de Beckett con las páginas plastificadas en cristal. Parecen cartas. En una de ellas cuenta que estuvo en la feria de Málaga.

en tránsito

jueves, 29 octubre 2009. Unas azafatas me acompañan a un bar-librería mientras no sale mi avión. Está abarrotado. Una chica pide en la barra un libro de Juan Carlos Mestre. Tiene algunos poemas subrayados. Espero que no lo quiera para quedármelo yo, pero no digo nada. De repente el bar-librería se queda vacío. Sólo queda Daniel Verge en la barra. Siento una alegría inmensa al encontrármelo, alegría de reencuentro mezclada con la alegría de la primera vez. Él no levanta la vista del vaso.
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Una pareja muy feliz deja un montón de huevos sobre la encimera. De uno de ellos sale un pollo con la cabeza azul. De los demás empiezan a salir niños y niñas que caminan muy serios. Estoy asombrada. Uno de ellos es igual a mi suegro de niño. Pienso que cuando termine el extraño desfile tendré que elegir uno porque con todos no puedo quedarme. Se han colocado en fila sobre una cama turca. Algunos se han convertido en muñecos de plástico. Me llama la atención una niña desnuda, totalmente naranja. Cuando la aprietas suena un pito que lleva entre las piernas. Menos mal que el pito es de quita y pon, pienso.
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Estoy en un hospital o algo parecido. Me levanto descalza en mitad de la noche a buscar una tira de tela. Corro de vuelta a mi habitación sin encender las luces para que no me vean. Mientras corro, voy sacando hilos de esa tira de tela.

lanza de quijote y fórmulas matemáticas

miércoles, 28 octubre 2009. Tengo delante un ordenador enorme. La pantalla del tamaño de una pared. Al abrir un mail del escritor Chivite la luz del monitor sale hacia la derecha y veo un paisaje con árboles y río. No hay nada escrito, sobre los árboles hay figuras pequeñas, parecen soldaditos de juguete. Al intentar tocarlos, aparece un mensaje escrito. He dejado el mensaje en la lanza, dice. Busco una lanza dorada que tenía un cenicero con forma de Quijote que había en casa de mis padres cuando era niña.
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Entro en un local muy blanco con paredes de baldosas y estanterías con tubos de ensayo. Me siento en una de las bancas, saco una libreta y pregunto a un compañero por qué lección van. Hoy es el primer día de clase, dice. Me alegro muchísimo porque pensaba que había llegado a mitad de curso. Copio las fórmulas matemáticas que hay en la pizarra. Según las escribo en la libreta van apareciendo tatuadas en la palma de mi mano izquierda. Eso no me gusta nada. Oigo una voz conocida, me vuelvo, en la fila de atrás está Aumesquet, un compañero de instituto al que no veo desde hace años. Está muy delgado, parece incluso más joven que entonces. Me hace señas, dice que después de clase tenemos que hablar.

leonas, anillos y purranki

martes, 27 octubre 2009. Dos leonas pasean sueltas por la Plaza de la Merced, junto a la casa de Picasso. Se acercan, me quedo muy quieta. Una pasa de largo, la otra me ataca.
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Llego tarde a clase, antes de entrar me sacudo arena del pelo, la ropa y los zapatos. El profesor está escuchando la radio y los alumnos duermen en sus pupitres tapados con sábanas. Algunas sábanas son de papel de aluminio. Saco una caja de madera lacada, unos palillos y me dispongo a comer. Rosamari, mi amiga del colegio a quien no veo desde hace 30 años, me pregunta de dónde viene mi pasión por Oriente. Sentimiento primigenio, respondemos mi amigo Purranki y yo al unísono. Y es que Purranki está tumbado bajo mi pupitre. Lo miro y me sonríe.
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Envuelvo unos anillos de plata, de uno en uno, en unas servilletas de tela sucia enormes. Después me los voy metiendo en la boca.
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Tengo una semilla enorme con forma de huevo en un vaso de plástico. Junto a la pared hay un arriate de tierra color ceniza. Hundo la semilla sin dificultad. Le pregunto a Purranki, que anda por allí con su hija Irina en brazos, cómo puedo recordar dónde lo he sembrado. ¿Es un huevo que te traje de Japón?, dice. Sí, era un huevo, me lo comí y dentro tenía esto. ¡Es el primer huevo con semilla de la historia!, dice entusiasmado. Su hija, de apenas un año, baja de sus brazos, sube a un triciclo y se aleja vestida de novia.

naranjas y purés

lunes, 26 octubre 2009. En un hotel nos han dado una habitación para minusválidos equipada con mil artilugios. A la hora de pagar tenemos que ponernos en la cola para minusválidos. La ventanilla es muy pequeña y está en alto. No entiendo nada y me alejo de allí. Una chica muy joven me acompaña, se parece a la poeta Bárbara Cumpián. Dice que tiene ganas de cumplir los 18 para comprarse un coche. En ese momento aparece Alberto con varias bolsas llenas de naranjas y varios litros de cerveza. No puede con ellos, le ayudamos. Aparece una chica en un coche sacado de una película del oeste y dice que nos lleva a casa.
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Estoy en la cocina de la casa de mis padres. Mi suegra dice que hay que tirar toda la comida. Le digo que yo me encargo. Cuando se va, la guardo y pequeños cuencos. Hago distintos purés para que no los reconozca. Uno de ellos es blanco con cuadrícula verde. me paso un rato mirándolo, es precioso. Otro es azul y me pregunto a qué sabrá. Mi hermana entra en ese momento, dice que es la hora de su té de melocotón. Le enseño un cuenco diminuto con puré fucsia. Ése quiero, dice. Se lo sirvo en una concha de la playa.

ratón en pijama

domingo, 25 octubre 2009. Mi madre ha preparado la mesa y convocado a toda la familia. Esperamos a mi hermana y su marido, han ido a examinarse del carnet de conducir. Me quedo en la cocina mezclando en una fuente arroz con verduras en un cuenco. Mi tía Mari dice que yo aposté que llovería y que mi hermana no haría el examen, y que he perdido. No digo nada. Dos niños muy pequeños llaman en ese momento a la puerta, mi tía les da un bombón a cada uno y se van solos en el ascensor. Pienso que es una locura, pero tampoco digo nada. En ese momento aparece mi hermana compungida, sale de debajo de la cama. Dice que como llovía no fue a examinarse y que se han gastado todo el dinero que tenían en un coche que no podrán usar. Se sienta a comer como si nada. Mi cuñado lleva una caja de cartón enorme en las manos, me la acerca para que vea lo que hay dentro. Hay un ratón minúsculo con una especie de pijama blanco. No sé si está muerto o dormido, pero no pregunto.

carrasquilla, gas y berlín

sábado, 24 octubre 2009. Entro en la tienda de Carrasquilla que había frente a mi casa cuando era niña. En las paredes hay revistas donde yo salgo en portada. Miro a mi alrededor disimuladamente, pero nadie me ha reconocido. No sé si comprarlas todas para hacerlas desaparecer o desaparecer yo y no volver por el barrio.
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Mi abuela dice que antes de salir debo barrer la casa. Como no encuentro el recogedor, ato un trozo de papel a un palo. Todo lo que recojo vuelve al suelo. Bajo los muebles hay confeti y tapones de corcho. Miro a mi abuela esperando una explicación. Un golpe de gas me da en la cara. Mi padre es el especialista en gas, le digo a mi abuela. Mi padre aparece con un casco y una llave inglesa. En ese momento me doy cuenta de que llevo un bolso de fiesta colgado al hombro.
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Tengo delante un papel de regalo del tamaño de una sábana. Está arrugado, al pasarle las manos para alisarlo van apareciendo palabras. Miro a mi madre sorprendida. Mi madre me explica que es una carta del escritor Chivite y que debo encontrar el orden. ¿Tú no eras especialista en puzzles?, dice y se ríe. Sobre el estampado del papel hay dibujos y flechas que me llevan de un extremo y otro. Consigo con trabajo entender títulos de libros que debo leer lo antes posible. También hay borrones de tinta y dibujos esquemáticos de personajes. Se parecen a los dibujos de Kafka, dice mi madre. Ya no hay angustia que valga, leo en una de las esquinas. En la esquina opuesta el remite: Berlín.

miel y melena

viernes, 23 octubre 2009. Un tipo rueda una película en su casa de campo. Pienso que se trata de una porno por el decorado cursi-campestre y porque hay varias chicas medio desnudas. Hombres no hay. En realidad las chicas no hacen nada, simplemente sirven la comida que ha preparado el dueño de la casa. El tipo se parece a Max von Sidow. Mientras ellas se pasean con fuentes de hojaldres, él está abatido en una silla. Me siento a su lado sin decir nada. No me gusta que me observen, dice. Bajo a la cocina. Las chicas preparan borrachuelos, el suelo está pegajoso por la miel. Una chica me dice que soy a quien más han criticado mientras estaba arriba. La que más, repite. Bueno, al fin soy la primera en algo, le digo.
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En la terraza de un bar veo de espaldas a una niña de mi clase que tenía una melena negra, larga y espesísima. De frente a ella está Camilo de Ory. Cuando Camilo me ve, se levanta y golpea a la chica en la cabeza varias veces. La chica ni se inmuta. Camilo y yo nos miramos y nos reímos.

virginia y el supuesto vicente

jueves, 22 octubre 2009. Mi hermana ha vendido mi bicicleta de carreras. Tiene que llevársela a un portugués que vive en el pasaje que hay cerca de la casa de mis padres, donde siempre quise jugar de niña. Un chico pica piedras a la puerta del edificio, lo saludo en portugués. Se ríe y nos saluda con el mazo. Mi hermana desaparece con la bici y su nuevo dueño, mientras la espero miro vitrinas y estanterías, una chica abre una puerta y me dice que entre. Es Virginia. Tienes que ver esto, dice. Estamos rodeadas de montañas de basura, basuras ordenadas por materiales y colores. Montañas de trapos de flores, montañas de trapos de cuadros, montañas de botellas de plástico amarillo, montañas de tapones de corcho. Virginia y un chico que se parece a Vicente Muñoz Álvarez, bajan una de las montañas corriendo, al llegar abajo las piernas se le hunden en barro, se dejan caer, juegan a salpicarse como si estuvieran en la orilla del mar. No comprendo cómo no les importa ensuciarse, aunque siento mucha envidia. En una pantalla enorme que hay al fondo veo una escena en la que una pareja de ancianos desnuda a Virginia y al supuesto Vicente, los besan, los tocan con las manos llenas de barro. Pienso que lo que veo en esa pantalla es lo que está sucediendo en la cabeza del supuesto Vicente, que en ese momento me mira y saluda. ¿Has notado el terremoto?, dice Virginia completamente feliz. No le digo que sólo se trata de una máquina de asfaltar. Lo que sí le digo es que quiero irme a casa, estoy muy cansada, le digo. El supuesto Vicente me coge en brazos como si fuera una niña. Su ropa vuelve a estar limpia y huele a pan.
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En la entrada de la casa de mi abuela hay un taquillón enorme lleno de piedras. Las voy sacando, las limpio y las envuelvo en papel de seda. Un hombre me pregunta en inglés de dónde es cada una. Todas son de aquí, le digo en inglés. No hacemos nada, yo limpio las piedras y él me mira, pero me siento absolutamente feliz, pienso que podría pasarme así el resto de mi vida. En ese momento llega mi suegra y me pregunta si podé los geranios y si he visto lo que la lluvia ha hecho con el laurel.
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Hay una lectura en una clase que, por el tamaño de los pupitres, parece de parbulitos. No tiene ventanas, está rodeada de puertas abiertas que dan a un patio. Le pregunto a una chico si la lectura ha terminado. Dice que sólo la primera parte y que todos los poetas estaban borrachos. Me fijo en que sólo tiene una pierna y aun así parece muy feliz. En un rincón, veo a Jacinto Pariente intentando quitarse un zapato. Meto un dedo por un agujero y le rasco la planta del pie. Ya no me duele, dice. Un tipo que pasa a nuestro lado, al ver la escena, dice: Los poetas jóvenes me dais asco.

ian gibson

miércoles, 21 octubre 2009. Ian Gibson va a dar una rueda de prensa para presentar unos libros de poesía. Los autores están sentados entre el público. Gibson los va señalando con el dedo y grita, ¡Ahora lee tú!

dos masips y mi prima elisa

martes, 20 octubre 2009. Joan Masip está sentado a mi izquierda en una parada de bus, aunque en realidad estamos esperando que pase nuestro avión. Pasan aviones continuamente por delante de nuestras narices, pero ninguno es el nuestro. Joan ve en el suelo una tableta de chocolate. La coge, me la ofrece. Tiene mucho hierro, dice, te vendrá bien. Cuando voy a tomar una pastilla, otro Masip idéntico sentado a mi derecha me dice que no me la coma.
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Mi prima Elisa quiere que la acompañe a comprar un vestido de fiesta. Mientras caminamos hacia la tienda, va sacando de una bolsa de deporte varios vestidos brillantes. Ése para ti, dice. El vestido es bonito, pero tiene los tirantes tan finos como un espagueti. Nunca me pongo tirantes, ya lo sabes. En vez de entrar en la tienda, llegamos a un bar donde el camarero nos dice que todas las piscinas están completas. Elisa insiste en que tiene que nadar dos veces por semana. Está a punto de echarse a llorar. Desaparece con el camarero. Mientras la espero, mi hermana me da unos cedés para que les haga copias. Al cabo de un rato le pregunto qué hora es. Las diez menos cuarto, dice. Pienso que había quedado en recoger a Elisa a las nueve y media. Cuando voy a salir a la calle a buscarla, me doy cuenta de que llevo el pelo mojado envuelto en una toalla.

humo, salmón y desfile

domingo, 18 octubre 2009. Alberto insiste en que entremos en una iglesia. Están en plena misa. Un señor muy mayor fuma a nuestro lado. Alberto le dice que es de muy mala educación fumar dentro de una templo. Dos señoras que hay sentadas delante se vuelven con sus cigarrillos entre los dedos y nos echan el humo a la cara. Junto a ellas está sentado mi padre, también fumando. Salimos de la iglesia, Alberto muy indignado. En la plaza de la iglesia está toda mi familia, inclusos los hijos de los primos de mi padre, saludándose y abrazándose efusivamente.
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Estoy en lo que parece el patio de una casa de campo. Hay familias con hijos. Un niño de unos cuatro años se acerca corriendo hacia mí, me abraza y me dice en inglés cuánto me quiere, cuánto me ha echado de menos. Mientras, a mi lado, una chica remueve con un palo unas rodajas de salmón que hay en una caldera que tiene en el suelo, entre los pies. Carlos Modia aparece con un plato vacío para que la chica le sirva salmón. Me pregunta cómo me va viendo con mi suegra. Le digo que estoy aprendiendo mucho y que gracias a estar allí ahora tengo un blog. Mientras le hablo imagino mi casa de Mijas vacía con las puertas de la terraza abiertas.
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Acompaño a Ángeles a comprar unos cosméticos. Se prueba barras de labios y sombras de ojos, quiere que yo también me las pruebe, pero le digo que no me gusta maquillarme. Envidio la facilidad con la que habla con la dependienta de marcas y distintos nombres de colores que a mí me parecen el mismo. Me pruebo uno en el dorso de la mano y la dependienta me mira mal, mientras que a Ángeles acaba de regalarle un líquido amarillo para el pelo, y hasta le da a probar lo que parece un postre. Antes de que se lo lleve a la boca, lo rocía con nitrógeno líquido. Las dos ponen cara de placer. Veo pasar a Alberto y lo sigo. Un desfile de clics de Famobil de tamaño natural y vestidos con capas rojas se interpone un mi camino y hace que lo pierda. Corro por una rampa mecánica que de repente se para y de repente comienza a marchar en sentido opuesto. De todos modos sigo subiendo. Una señora aplaude mi agilidad. Salto, voltereta, caigo de pie y la saludo. He perdido definitivamente de vista a Alberto. Me echo a llorar. Una chica me agarra del brazo, dice que no me preocupe, que ella tuvo que engordar 50 kilos para una película y que eso es mucho peor. Me acompaña a las puertas de un edifico oficial donde veo a Joan Masip esperándome. Me extraña que lleve ropa de color claro, pero no le digo nada, me abrazo a él y sigo llorando.

muebles y más muebles

sábado, 17 octubre 2009. Mi madre dice que tienen que traer un mueble que ha comprado y que estemos pendientes de la puerta. En ese momento llaman. Mi sobrina Elena, que en el sueño vuelve a ser una niña, pregunta quién es y dice que no abre porque no llega a la mirilla. Le doy un beso por haberlo hecho tan bien. Miro pero no sé ve nada, alguien ha pintado la mirilla por fuera. Como si tuviera Rayos-X en los ojos veo a dos chicos correr escaleras abajo. En la puerta de enfrente han dejado basura, una escoba sucia y unas chanclas de playa. En ese momento llegan unos hombres empujando varios muebles enormes. Pónganlos donde puedan, dice mi madre. Mi padre la mira con gesto de Habías dicho sólo uno. Mi madre le dice que no sea tan escrupuloso y ayude. Los operarios meten muebles en el que fue mi cuarto. Les digo que tengan cuidado. Un escritorio, que parece una caja china gigante, se desvencija antes de colocarlo en su sitio y una vez dentro de mi cuarto se vuelven pequeños. Oímos de lejos protestar a mi madre, mi padre se sienta en mi cama mientras yo intento recolocar todos esos cajones. Deberíais hacer un viaje o hacer un cursillo de parejas, le digo. Mi padre se ha convertido en mi hermana. Tú que vives con ellos, deberías hacer algo para que se lleven mejor, le digo. Ella se tapa los oídos con gesto de niña y hace que canta.
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Alberto y yo caminamos junto a una tienda de muebles. Me dice que ha comprado uno y el dueño le ha prometido que me regalará unas piedras. Mientras me habla, no hago más que mirar unas cubetas enormes en la acera llenas de piedras muy negras, pensando en cuáles serán la que van a regalarme.
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Estamos enseñándole Málaga a Carmen Beltrán y Enrique Kb. Carmen camina delante de nosotros. Carmen camina igual que la Duquesa de Alba, le digo a Alberto entre sorprendida y preocupada. Llegamos a una zona de pabellones de ladrillo visto medio derruidos, están llenos de estudiantes. Carmen y Alberto se suben a una mesa, alcanzan con facilidad el ventanuco, y entran. Yo lo intento pero no llego. Alberto me dice adiós con la mano. Una chica me ofrece ayuda. A mí me pasa lo mismo cada mañana cuando vengo a clase, dice. Le pregunto dónde estoy. Dice que es el pabellón de Valencia. Un grupo de chicos sentados en el suelo tocan con guitarra "En un mundo tan pequeño". Entre eso y la luz que entra por los cristales sucios me siento muy feliz.
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Mi amiga Cova le sirve a Andoni, su marido, un vaso enorme de perfume. Es un perfume verde que huele a hierbas y tiene la densidad de haber machacado un kiwi. Andoni se lo bebe entre risas mientras otro amigo le hace fotos con el móvil. Miro a mi alrededor por si están sus hijos. Ni rastro, así que llego a la conclusión de que he viajado en el tiempo, al pasado. Estoy de pie, con los codos apoyados en la mesa, mirando lo felices que son. El tacto de la mesa es agradable y pienso que es tan sólida que podría aguantar el peso de dos personas. Noto a Kb detrás de mí, me agarra la cintura suavemente. Comienza a bajar con disimulo la palma de la mano. Si vas a darme un cachete que sea bien fuerte, le digo.

porno

viernes, 16 octubre 2009. La mesa camilla del cuarto de estar de la casa de mi suegra está llena de películas. Mi cuñada dice que quiere ver una pero, coja la que coja, siempre es una porno. Incluso hay una versión de "La guerra de las galaxias". Está indignada, me pregunta si acaso son esas las películas que les pongo a sus hijos. No le hago ni caso, en lo único que pienso es en que se largue de una vez, para poder ver a Chiwaka en acción.

tesán y familia

jueves, 15 octubre 2009. Vamos de visita a casa del poeta Alberto Tesán. Me llama la atención que todas las habitaciones están decoradas como si fuesen patios andaluces y que todas tienen dos camas, incluso la de matrimonio tiene una cama pequeña plegable en un rincón. Sus hijos me piden que los vista para salir. En el sueño su hija es mayor que el niño. Pilar, su mujer, tampoco se parece a su mujer, tiene el aspecto de Maribel, la mujer del gran Purranki. Tesán nos llama desde la planta baja para salir a comer, David corre hacia las escaleras y lo pillo al vuelo de un brazo antes de que caiga rodando. Una vez en la calle, los niños se quitan la ropa y hacen que nadan en un charco, y Tesán camina a mi lado a cuatro patas. Pilar dice que así es imposible que nos den mesa en el restaurante.

terraza clandestina

miércoles, 14 octubre 2009. Estoy en casa de mis padres, mi madre dice que Araceli, la vecina, está en el ascensor esperándome para ir al colegio. Tengo examen. La bolsa no está lista ni yo arreglada. Meto lo primero que veo sobre la mesa, un tenedor una revista una naranja. Corro hacia la calle pero Araceli ya se ha ido. Una chica con aspecto de lesbiana me hace un gesto y me acerco. Llegamos a una especie de baños termales. Pienso que debo ducharme e ir al examen. La chica me indica dónde está. La ducha es una manguera que sale de un cobertizo encalado. Por un ventanuco veo a Alberto y sus amigos disponiéndose a comer en una venta cercana. Intento darme prisa pero mi ropa está mojada. Me envuelvo en una toalla enorme y salgo de allí. Camino con prisa hacia Conde Ureña. Cuando por fin llego a lo que se supone que es el colegio, hay una zanja enorme por la que debo trepar. Alumnos que ya se van a sus casas me ayudan a subir. Busco mi clase para hacer el examen si todavía es posible. Están desmantelándola, unos obreros arrancan a tiras moqueta del suelo, las sillas están apiladas en un rincón como para hacer una hoguera con ellas.
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Un dibujante de cómics muy mayor, que se parece a Camilo de Ory, da una charla sobre su obra. Cuando termina, nadie se acerca a él. Alberto saca bricks de leche y se los pasan unos a otros como si fuesen litronas. En el suelo hay un gusano negro de plástico, se lo doy a Enrique Kb pensando que es suyo. Después todos salen de la sala como si nada. Le digo al dibujante si le ha gustado la experiencia. Me gusta más se bloguero, dice. Los amigos se han ido. Me siento a la puerta del centro a esperar al tipo porque me parece mal dejarlo solo. Me siento en un escalón junto a Daniel Verge. Le digo que me he enterado de que han hecho "La abeja Maya" en 3d y también quieren hacer "Heidi". Daniel hace un gesto con la mano como si espantara una mosca. Llega el dibujante y se sienta con nosotros. Le cuenta a Daniel exactamente lo mismo sobre Heidi y añade que va a desvelar quién era su padre. Daniel está entusiasmado con la noticia. Le reprocho que no se cree nada de lo que le cuento, igual que Alberto, sin embargo celebran la misma noticia en boca de otros. No os lo vais a creer, termino diciendo, pero yo conocí al padre de Heidi y siempre viste de amarillo.
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Estoy dormida, suena el timbre, oigo los pasos de mi suegra correr para abrir la puerta. Intento detenerla, pero tiene más fuerza que yo. Una planta del pasillo y que llega hasta el techo, mueve sus ramas para ayudarme empujando la puerta. Finalmente conseguimos que mi suegra no la abra. Me fijo entonces que junto a la puerta de entrada hay un trastero con una planchadora industrial, y al fondo una terraza enorme con el suelo verde de falso césped. Le pregunto a mi suegra por qué no me lo había dicho. Porque ahí no cabe ni un restaurante pequeño. Mientras tanto, llevo un despertador digital en la mano e intento ponerlo en hora, pero aparecen dibujos Pokemon en vez de números.

chanclas y pikitos

martes, 13 octubre 2009. Me encuentro a Ferran Fernández por la calle. Al ver que voy descalza se quita las chanclas y me las da. Me quedan enormes y además son del mismo pie.
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Héctor Márquez desayuna en el quicio de la puerta un paquete de pikitos. Sólo lleva puesto una toalla a la cintura. Abro el armario y saco unos pikitos iguales a los suyos. Caminamos muy felices por la calle, comiendo pikitos.
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Observo una escena donde el escritor Chivite y su familia pasan la tarde en el cuarto de estar. Delante de una pared llena de libros hay una mesa grande de madera encerada. Su mujer está de espaldas. Se saca mechones de pelo y los ata según las indicaciones de una revista. Su hija mayor tiene el pelo muy rizado e intenta recogérselo en un moño con un pincho de madera. Tengo que daros una noticia, he decidido estudiar andaluz, dice.

comida aérea

lunes, 12 octubre 2009. Mi suegra dice que le prepare la cena, quiere carne. Cuando tengo la comida preparada me dice que quiere pescado y que me dé prisa porque también se la tengo que preparar a su hija. Le digo sonriente que prefiero tirar toda la comida por la ventana. Y lo hago.

pendrive

sábado, 10 octubre 2009. Parece la celebración de una boda en una nave muy blanca. Hay mesas de seis. Mi amiga Salud dice que ocupe una mientras ella encarga la comida. Cada vez que me acerco a una mesa, ésta se llena inmediatamente. Entre tanto, me doy cuenta de que he perdido el pendrive donde guardo todo lo que he escrito. Me tiro al suelo y busco entre las mesas. Ya no es una boda sino una biblioteca. Los estudiantes me dicen que no haga ruido. Tumbada en el suelo voy encontrando mecheros y pendrives, pero ninguno es el mío.

piedras sospechosas y porrompompero

viernes, 9 octubre 2009. Voy con Antonio Muñoz Quintana en el asiento trasero de un coche, nos damos cuenta de que no lleva conductor. Salto y tomo el volante. Tengo que subir por una cuesta muy empinada. Me bajo, doblo el coche como si fuera una carpeta y trepo por la cuesta. Un chico con rastas intenta ayudarme, dice que le dé el coche, que no va a robarme porque no sabría qué hacer con él. De Antonio, ni rastro.
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Bajo un escalón enorme y ya estoy en la playa. Hay piedras mojadas que brillan. Cojo dos, son idénticas. Me parece sospechoso. Miro a mi alrededor por si alguien las ha puesto ahí. Camino por la playa y todo el tiempo veo piedras iguales colocadas de dos en dos. En el paseo marítimo hay una performance. Alguien ha puesto una urna con muñecos y canicas. En un monitor se ve al autor dando explicaciones. Me siento a verlo. Me fijo que el sueño está cubierto con dibujos de Liniers. Lo han descubierto hace poco, ahora este suelo vale millones, me dice una chica. El artista se parece a mi amigo Óscar Jordán, pero no me atrevo a preguntarle si es él. El supuesto Óscar dice que quedemos para comer. Voy a casa a cambiarme, mi casa no es mi casa, es una habitación desordenada, ropa que no es mía se amontona sobre la cama, en el suelo hay monedas y papeles escritos. Alberto dice que tiene que irse. No puedes dejarme aquí con todo esto, le digo. La hora del almuerzo ha pasado e intento llamar a Óscar, pero no encuentro la agenda, el teléfono que hay colgado en la pared no funciona. Sólo deja escuchar sms leídos, dice Alberto y cierra la puerta.
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Juego con mi madre, en un patio muy luminoso lleno de plantas, a no dejar caer una pelota al suelo dándole puntapiés. La pelota es en realidad una especie de patata Matutano inflada. Al principio se nos cae, pero después de un rato somos capaces de hacer hasta chilenas. Mientras jugamos, de fondo suena el Porrompompero.

pijamas y venganza

jueves, 8 octubre 2009. Carlos Navarrete está haciendo sopa dentro de un armario. Cuando me acerco para que me dé una taza, pregunta por qué no llevo el pijama completo. Llevo los pantalones con muñecos rosas y la camisa con muñecos azules. Antonio Blanco toma sopa, de pie, apoyado en la pared. Lleva un pijama blanco muy grueso. Mira, gatos rosas y osos azules, le digo. A mí siempre me han regalado los pijamas, dice él.
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Alberto ha perdido su cartera, la busca en un parque infantil. Mientras tanto pregunto a quienes están por allí si han visto una cartera pequeña negra. Una señora se fija en una foto del tamaño de una uña que llevo en la mano. Dice que es su hija, que murió hace años. Me pregunta de dónde la he sacado. Encuentro fotos de desconocidos constantemente, le digo. Me da una foto borrosa de dos tipos en la barra de un bar. Dice que ellos mataron a su hija y yo debo vengar su muerte.

pechos pequeños y paraguas

miércoles, 7 octubre 2009. Entro en una habitación y las paredes cambian de color, los muebles desaparecen, estoy dentro de un cubo blanco. Un tipo de aspecto oriental me amenaza con un rastrillo gigante. Toco la pared buscando una ventana, aparece, pero está demasiado alto para saltar. El tipo me empuja, caigo de espaldas, me inmoviliza tumbándose encima. En ese momento entran sus compinches y se ríen. No queríamos molestar, dicen. Cuando se van, el tipo me besa y se restriega sobre mí. Su lengua me da asco porque parece una canica, pero sus manos me gustan mucho porque cuando me toca los pechos se me vuelven muy pequeños.
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Paso por delante del que fue mi instituto y recuerdo que dejé una nota escondida entre los ladrillos de las duchas. Entro, todo está muy cambiado, los alumnos me parecen todos macarras vestidos para un viernes noche. Donde antes estaban las duchas ahora hay un bar. Saludo a la dueña, dice que se acuerda de mí, que el antiguo instituto lo derribaron y sólo quedan dos piedras que se guardan en un almacén. Me pregunta qué fue de mi vida y, cuando voy a empezar a contarle, vemos pasar a Blas, mi profesor de matemáticas. Va descalzo. Se saludan. Soy Isabel Bono, le digo. Me acuerdo de ti, dice, fuiste la única alumna que se atrevió a agarrarme un dedo. Intento recordar de qué me habla y me viene una imagen estilo Magritte de Blas con paraguas. No fue el dedo, fue el paraguas, le digo.

bermudas

martes, 6 octubre 2009. Una señora, que al parecer es mi profesora de patronaje, me pregunta si he terminado los bermudas. Mañana hay que entregarlos, dice. Le digo a un compañero de clase que los míos llevarán volantes por la parte de atrás, que no se me ocurre otra cosa. El compañero me dice que ha leído "Mi padre" y le parece una joya. Deberías dejarte de bermudas y escribir más, me dice. Cuando me fijo en su cara es la del presentador Jorge Javier Vázquez.

sesión golfa

lunes, 5 octubre 2009. Mi prima Elisa y el poeta Andrés Gómez Miranda han ido al cine y me han dejado en un bar de la Plaza de la Merced cuidando de Darío. A la hora de cambiarle los pañales observo que las mesas del bar se han convertido en camas cuadradas cubiertas por edredones plastificados. El problema es que, según lo limpio, Darío va menguando. Cuando termino de vestirlo es del tamaño de un dedo. Deseo que sus padres vengan por él cuanto antes para que no desaparezca del todo. Elisa y Andrés llegan por fin. Darío es otra vez de tamaño normal, pero en vez de un dodotis lleva papel de periódico que no recuerdo haberle puesto. Sus padre no se dan cuenta. Andrés dice muy asombrado que ha visto a mi abuelo en el cine, y si no es muy mayor para eso. Teniendo en cuenta que murió hace unos años, sí, está muy mayor para ir a la sesión golfa, le digo.

resina

domingo, 4 octubre 2009. Alberto ha aparcado el coche justo al lado de un vagón de metro, dice que tenemos que darnos prisa si no queremos perderlo. Me da varios tickets pero todos están usados. El vagón no tiene asientos, parece una discoteca. Tampoco tiene ventanas, tienes paneles con falsas peceras.
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La hermana de mi suegra dice que ha recibido una carta de Maestu donde la invitan a un homenaje que van a hacer a su padre. Mi suegra dice que no piensa ir. Su hermana se enfada tanto que las cejas y los labios se le ponen naranjas fluorescentes.
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Mi prima Elisa está en la cama. Dice que ha vuelto Penélope y no se fía de ella. Le digo que no recuerdo quién es, que sólo recuerdo a Clara. Clara era mucho peor que Penélope, dice. Mientras, vemos en una proyección circular en la pared, cómo Andrés habla con una chica. Esa es Penélope, dice mi prima. Andrés entra en la habitación y me da una cajita circular con resina para flautas de madera. Es uno de mis olores favorito, le digo.

música y estrellas

sábado, 3 octubre 2009. Entro en un bar vacío. La camarera entra detrás de mí, dice que todavía no han abierto. Vengo a comprar un cedé, le digo. Sobre el mostrador hay varios recopilatorios, pero yo quiero uno del que no recuerdo el nombre del grupo. Empieza por E, le digo. La chica me lo da y el bar se llena de repente. A mi lado, Javier Ojeda de Danza invisible, me dice que tengo muy buen gusto.
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Es el cumpleaños de Scarlett Johanson, y antes de soplar las velas decide que se va de casa. La vemos desde la terraza arreglar un piso justo enfrente. Le hacemos señas para que vuelva. Le enseñamos la tarta desde lejos. Ella corre las cortinas. Un chico me dice que me ha hecho las copias que le pedí. No recuerdo haberle pedido nada, pero se lo agradezco. Cuando llega Daniel Verge se las doy. Estos grupos te van a gustar mucho. Buscamos en una mesa de noche cajas de cedés para guardarlos.

la gran ola

viernes, 2 octubre 2009. Por la ventana del dormitorio veo el mar. Hay tormenta. Unas olas enormes vienen a romper en los cristales. Es un espectáculo. En el momento en que una ola gigantesca va a llegar, mi suegra baja la persiana de un golpe. No quiero que se ensucien los cristales, dice. Me siento como un niño al que le hubieran apagado la tele.
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Mi suegra dice que quiere cambiar los cuadros del salón de sitio. Sobre el sofá ha colocado un retrato de su madre. Dice que no encuentra otro esté a su altura. Los demás a su lado son monigotadas. Me hace que cuelgue todos los demás, apiñados, detrás de la puerta.
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Mi abuela dice que no puedo irme sola tan tarde. Esperamos a mi tía Encarna sentadas al borde de la bañera. Lo que de verdad me preocupa es que sea de madrugada y mi tía ande sola por la calle.
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Alberto, Antonio Blanco y mi prima Elisa hablan con misterio en la terraza de un bar. Elisa dice que el próximo número de la revista será sobre parapsicología. Pienso que está de broma y le propongo que Blanco escriba un artículo. Blanco dice que sabe mucho sobre el tema. Alberto pide que regalen con ese número una película que no conozco Al parecer a todos les va mucho el tema. Yo no sé si están de broma o hablan en serio. Entre tanto, a Blanco se le cae al suelo una cajita envuelta en papel blanco con un lazo azul muy fino. Se la doy. Esperaba que e dijera lo que es, pero se la guarda en el bolsillo sin decir nada. Todo me parece muy sospechoso, hasta el punto de creer que en realidad no son ellos.

montaña rusa

jueves, 1 octubre 2009. Alberto y yo vamos en una montaña rusa para niños, cada uno en un cochecito distinto. Yo voy tumbada, tapada con una manta. Alberto dice que nunca le han gustado las atracciones peligrosas. Le digo que no se preocupe porque es para niños muy pequeños. En ese momento comenzamos a hacer tirabuzones vertiginosos. Cuando bajamos, un niño me pregunta si quiero ser su madre. Le miro los zapatos, como siempre hago con todo el mundo para saber si me caerá bien. El niño lleva un zapato en un pie y una zapatilla de deporte en el otro. Ven conmigo, le digo. Entramos en un taxi, lo abrazo y nos vamos a casa.

tráfico de ciruelas

miércoles, 30 septiembre 2009. Junto al hospital Parque San Antonio no hay río, hay una explanada de hierba y ciruelos. Las ciruelas tienen un color amarillo rosado, transparentes, parecen de cristal. Caen en racimos enormes. Hay gente sentada debajo pero nadie las mira. Pregunto si puedo llevarme algunas. No. De todos modos arranco una y me la como rápidamente para que no puedan quitármela.
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Estoy escondida en un trastero, sentada en el suelo junto a una tabla de planchar y otros cachivaches. El poeta David Leo García entra y se sienta a mi lado. Le ofrezco una ciruela que se ha colado del otro sueño. Mientras lo veo masticar me acuerdo de Proserpina.
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Sigo en el trastero. Llaman a la puerta, es un chico que no conozco. Se parece a mi amigo, el ilustrista, Luciano Lozano. Sólo vengo a despedirme, dice. Dame un abrazo, dice. Al abrazarlo el chico se convierte en un busto de piedra. Aun así, se marcha.
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Al despertarme noto la luz del amanecer demasiado rosa. Me acerco muy despacio a la cristalera, no me atrevo a correr la cortina por miedo a que desaparezca. Pienso que es la luz del sol reflejada en las ciruelas rosas del sueño anterior.

gemelos y corbata

martes, 29 septiembre 2009. Camino junto al escritor Chivite bajo unos soportales, aunque en el sueño tiene el aspecto de Ferran Fernández. Me habla de una cueva que visitó, donde las paredes estaban cubiertas de piedras puntiagudas y al tocarlas se convertían en cristales. Si las tocas todo se llena de luz, dice. Mientras lo cuenta no deja de caminar y mueve los brazos como si fueran aspas para explicar los destellos. Pienso que lo había imaginado menos expresivo. Camina muy rápido, tengo que ir dando saltos para alcanzarlo. Cuando va a mi lado lleva pantalón largo, pero cuando se adelanta lleva bermudas. Me fijo en sus gemelos, son enormes. Le pregunto si ha hecho una lista con todos esos sitios de los que me ha hablado. Dice que no, abriendo mucho los ojos, como se le respondería en broma a un niño.
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Estoy en una habitación acristalada. Dentro hay un escudo enorme del Real Madrid. Arrastro una bolsa enorme de viaje. Veo que llegan José Mari Rosales y Dr. Pepix. Van vestidos igual, con abrigos negros de cuero. Les abro la puerta, me dan las gracias y pasan de largo, ni si quiera me ayudan con mi enorme bolsa.
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Mi madre mira neceseres en un mostrador. Te los regalo todos, le digo. Dice que no necesita ninguno, que sólo está mirando para pasar el rato. En casa tengo uno transparente que te vendría muy bien para el avión, le digo. Mi madre se ríe. Al lado del mostrador hay una mesa con restos de una fiesta. Amontono los platos de plástico sucios. Cuanto antes recojamos antes se irán, le digo a mi madre. Mi prima Cristina señala al techo, un montón de hormigas arrastran una lasca de jamón. Unos niños dicen que quieren hacer una obra de teatro para terminar la fiesta. Mi suegro sale voluntario para que le den un papel. Me voy a mi cuarto y allí encuentro a varias personas poniéndose mi ropa, disfrazándose para la obra. Un niño me pide que le haga el nudo de la corbata. Me cuesta mucho trabajo porque la corbata es de tela plastificada. Mientras tanto me cuenta que le gustan los paisajes con viento. Le digo que después le enseñaré fotos de la Patagonia. Si fueras mi madre ya habrías terminado con ese nudo, me dice.

hamaca y lápices alpino

lunes, 28 septiembre 2009. Llego a un hotel en Bali. No hay nadie, al parecer he llegado incluso antes que los dueños. Subo hasta la azotea y me tumbo en una hamaca de tela. Comienzan a llegar otros viajeros. Veo pasar a Joaquín, un amigo de hace años, que resopla al verme. Si prefieres puedes ignorarme cada vez que me veas, le digo. Se sienta cerca sin mirarme. ¿Te importaría decirme sólo una cosa?, ¿por qué dejaste de hablarme? Joaquín niega con la cabeza.
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Salgo de una fiesta en una guardería, los niños me han regalado varios juguetes que ellos mismos han hecho. Dos chicas que suben una cuesta a mi lado, me preguntan si soy la nueva profesora. Alberto, que pasa en ese momento por la calle, me da un beso y sigue caminando con prisa. Las chicas me dicen que me vaya cuanto antes de ese pueblo, porque a todas las mujeres las dejan sus maridos a los tres años. Me preguntan cuántos años llevamos juntos. Veintinueve, respondo. ¿Y todavía se para por la calle para darte un beso? Se sientan en el alféizar de una ventana, sacan unos cuadernos y me miran como si yo fuera a dictarles algo.
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Hemos cenado en un bar con unos amigos. Cuando el camarero trae la cuenta, la cuenta es un póster enorme con la carta, donde tú eliges el precio de las cosas. También nos da una caja de lápices Alpino para que escribamos los precios y hagamos la cuenta, pero todos los lápices son blancos y es imposible escribir. Mientras trato de encontrar una solución, Antonio Muñoz Quintana me cuenta que David González le ha dicho por teléfono que cuando vaya a Madrid va a alquilar una moto para romper el aire.

coches y lobos plateados

domingo, 27 septiembre 2009. Alberto tenemos prisa por encontrar el coche del escritor Chivite para dejarle una nota urgente en el parabrisas, pero no sabemos el modelo ni la matrícula. Dejemos la misma nota en todos los coches plateados que veamos y seguro que alguno es, le digo.
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Estoy colgando de la barandilla de la terraza de la casa de mis padres. Mi madre y yo conversamos como si nada. Mamá, haz algo. Hija, no tengo fuerza para subirte. Pues baja a casa de Patricia, abres la terraza y me dejo caer, pero date prisa porque ya no aguanto más. Mi madre baja pero se equivoca de casa. Yo caigo al vacío sin estruendo.
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Tengo una casa en la Patagonia con un enorme jardín de tierra amarilla. He puesto colchones en el jardín y limitado el terreno con sillas. Mi padre lo mira todo con recelo y dice que prefiere dormir dentro por si llegan los lobos plateados.
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Dos chicas discuten dentro de un almacén de piedras. Yo observo la escena desde la acera. Todas las piedras llevan frases escritas.
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Mi hermana mira el correo en un ordenador muy pequeño que ha puesto en la mesita de noche del dormitorio de mis padres. Le pido que me deje enviar un trabajo que tengo que entregar urgentemente. Siempre te lo dejas todo para el último momento, me dice y sigue tecleando.

hojas amarillas

sábado, 26 septiembre 2009. Después de una fiesta barro hojas amarillas y debajo aparecen piedras negras. Las separo con la escoba con mucho cuidado. Unos tipos se llevan los setos y hasta los árboles, dejan la plaza desierta. El dueño del bar manda a Héctor Márquez al cuarto de baño a buscar algo, después le dice a dos tipos que vayan a ver qué hace. Quiero avisarlo pero no puedo así que entretengo a los dos tipos diciéndoles que me ayuden con las hojas y las piedras, hasta que veo que Héctor ha salido. Héctor me ha visto hablando con ellos, cree que son amigos míos y me dice que no me fíe de nadie.

lluvia de melones

viernes, 25 septiembre 2009. Daniel Verge y yo estamos en el aula magna de Económicas. Hay demasiada luz, me fijo en que no hay techo. Un chico con pelo afro me pregunta si queiro trabajr para ellos. Hacen un cómic para niños. Las viñetas están quietas, pero cuando las lees se mueven como dibujos animados. El personaje estrella del cómic es un cerdito pirata. Le pregunto si se lo han copiado a Shin-chan. Daniel dice que no debería preguntar esas cosas y se va. El chico del pelo afro me dice ¡Contratada! y me lanza algo. Es una bolsita con marihuana. Busco a Daniel para dársela porque yo no fumo. Un profesor pide que salgamos inmediatamente del aula porque es la hora de la lluvia de melones. Todos corren. Miro desde la puerta. Efectivamente, unos melones amarillos caen sobre los asientos pero no se estrellan. En el aula sólo queda una señora en bañador, que ajena a la lluvia de melones se pone crema protectora.

jardín ámbar y manzanas azules

jueves, 24 septiembre 2009. Hablo por teléfono con Héctor Márquez. No sé de qué hablamos, pero me consuela escuchar su voz. Mientras habla veo una imágenes color ámbar de un jardín y una casa con luz de velas en cada ventana.
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Alberto y yo vamos a entrar al garaje. Un tipo nos para, dice que bajemos la ventanilla, nos pregunta dónde compramos el motor del coche. La pregunta me parece una trampa, le respondo que en una juguetería. Cuando aparcamos, le digo a Alberto que se dé prisa. Corremos al ascensor. Cuando llegamos a casa, el tipo ya está arriba con dos amigas. Dice ha entrenado toda su vida para esto. No parece agresivo, al contrario. El tipo dice que efectivamente la pregunta era una excusa para ofrecernos sus servicios. Le doy las gracias, le pido que se vaya, pero Alberto ya está besándose con una de las chicas. Me fijo entonces en que no es nuestra casa, es una juguetería. De repente, Alberto y yo estamos sentados en el paseo marítimo, de espaldas al mar. Delante de nosotros una niña escarba en la arena y encuentra un monopatín. Yo escarbo con el pie y encuentro dos manzanas de cristal azul, una grande y otra pequeña. Le pregunto a Alberto si quiere alguna. Me pasa el móvil. Un amigo me dice que lo esperemos para comer. Ven pronto, tengo que contarte lo que nos ha pasado esta noche, le digo. Como si ya lo supiera, dice que la mujer de un amigo suyo encontró maquillaje en la cama y que la separación está siendo una masacre. Cuando dice masacre, cierro los ojos como si así pudiera dejar de oír. También dice que él dejó de engañar a su mujer el día del pantalón blanco. No entiendo nada. Dice que llega un momento en que uno debe plantearse su calidad moral. No le veo sentido a nada de lo que dice. Mientras habla, tengo los ojos cerrados y veo una playa con piedras. Mientras me habla pienso que no quiero estar ahí, sino en esa playa. Oigo su voz, está justo detrás de mí, abrazado a una mujer negra muy guapa.

tijeras y sueños

miércoles, 23 septiembre 2009. Antonio Blanco entra en un bar con muy mala cara, veo desde lejos cómo un tipo le pega dos puñetazos a cámara lenta en el estómago. Corro hacia él, para ayudarlo, también a cámara lenta. Cuando llego veo que no eran puñetazos sino que le han clavado una tijera. La gente huye, saltó sobre el tipo que le ha atacado, lo tumbo bocabajo y me doy cuenta de que no es un hombre sino una cajera del Mercadona disfrazada. La amenazo con cortarle el pelo. Mientras la tengo inmovilizada, pido ayuda porque Blanco se desangra, pero nadie me ayuda.
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Héctor Márquez ha publicado un libro con poemas de Andrés Gómez Miranda, poemas de una chica china y su hija, y mis sueños. Tenemos que presentar el libro en un cuarto de estar con mesa camilla. Andrés está muy contento, lee su poemas y las dos chinas ríen y aplauden. De repente mi hermana dice que quiere leer sus poemas. No tenía ni idea de que escribiese, le digo a Andrés. Cuando mi hermana termina su lectura, Héctor dice que es demasiado tarde y leeremos mis sueños otro día. Yo me alegro, porque en el libro no hay sueños sino fotos y no hubiese sabido qué leer.

avioneta

lunes, 21 septiembre 2009. Es de noche, estoy en una calle que no conozco y se oye a lo lejos una manifestación, ruidos de contenedores volcados y cristales rotos. Nadie a mi alrededor parece darse cuenta. Intento avisarlos, pero no me hacen caso o no me ven. Entro a refugiarme en un edificio, llamo a algunas puertas. Nadie me abre. Busco dónde esconderme. Nada.
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Joan Masip ha venido a verme aprovechando que es la Feria de agosto. Estamos tumbados en la acera. Una avioneta pasa con publicidad. Joan dice que el anuncio lleva razón, que todos deberíamos adelgazar unos cuántos kilos para vivir mejor.

masoquismo

domingo, 20 septiembre 2009. Estoy viento en la tele un programa sobre masoquismo, donde una señora muy gorda se quita la ropa y se tumba en el suelo sobre unas bolas rojas que se le queden clavadas al cuerpo. Rueda sobre ellas para que se le queden pegadas también por la espalda. Parece una enorme croqueta roja. Después entran unos individuos pintados de azul, la rodean y le lanzan alfileres y dardos. Mi suegra entra en la habitación con una fregona y la pasa por el suelo y sobre mis pies. No comprendo qué hace a esas horas despierta. Va en camisón. Me empuja con la fregona hasta acorralarme y sacarme del cuarto. Después se tumba en el suelo, dice que se ha caído por mi culpa y llama a su hijo para que la levante. Sandra, la vecina de abajo, llega muy maquillada y se sienta a contemplar la escena con una taza humeante en la mano.

congreso y basura

viernes, 18 septiembre 2009. Tengo que dar una conferencia en un congreso. Las paredes y las gradas están encaladas, parece un cementerio. Alguien dice mi nombre y levanto la mano. Niego con el dedo, digo que tengo que marcharme inmediatamente. Rosamari, una niña del colegio a la que no veo hace años, se levanta para acompañarme. La salida es un laberinto, así que decidimos caminar por el borde del muro. Encontramos otros congresistas que también escapan. Salimos todos por una ventana que da al tejado.
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Intento andar por la calle sin resbalarme. Ha llovido y llevo unos zapatos que me quedan pequeños. Me meto por calles muy estrechas para poder agarrarme a las paredes de los lados. Salgo a una avenida donde un hombre vende cachivaches, los tiene sobre una mesa de playa. Son lotes de cosas usadas y rotas. Me llama la atención lo caros que son. Por ejemplo, un balón de Nivea y dos camiones de plástico sucios, 38 euros. Aun así, está rodeado de gente que le compra. Sigo caminando, veo libros, revistas y ropa en la acera. Me parecen cosas más valiosas que las que vende ese hombre y sin embargo se nota que él mismo las ha desechado. Cojo varios libros y revistas. Me doy cuenta de que la ropa es mía, alguien me la ha tirado. Busco una bolsa para meterlo todo. Unos metros más allá veo a mi hermana, la llamo, no me hace caso. Le hago señas, grito su nombre. Al final viene protestando. Le digo que en mitad de la cera hay cuatro libros de Arte, que igual le interesan. Uno es de los Prerrafaelistas, le digo.

camisetas rosas

jueves, 17 septiembre 2009. Mi cuñada llama por teléfono para decirme que ha recibido por mail la foto de la paella. No entiendo nada. Al parecer y suegra se la envió desde mi ordenador. Cuando voy a mirar el ordenador, veo que está roto.
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Entro en un bar muy cutre a ver una exposición de fotos. las paredes están pintadas de azul oscuro, la exposición es en un pasillo y hay que subir con una escalera de madera desvencijada. Según voy subiendo, los peldaños se rompen.
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Tengo que leer poemas y estoy esperando a que me recojan a la puerta de un hotel. Me doy cuenta de que llevo un vestido de fiesta sin tirantes que no he visto jamás. Corro a cambiarme a mi habitación. Un hombre me sigue. Consigo entrar antes que él y cierro la puerta, pero entra por otra. Un montón de chicas con camisetas rosas se le abalanzan, le dan besos le piden autógrafos. Las chicas se quitan las camisetas y las hacen girar sobre sus cabezas. Lo miro con desprecio. Acabarás como ellas, me dice.

bus e inmobiliaria

miércoles, 16 septiembre 2009. Un autobús me atropella al cruzar calle Ferrándiz. Como si fuese un dibujo animado, me quedo pegada al parabrisas. Le digo al conductor que pare, pero dice que está prohibido, que sólo puede parar en la siguiente parada.
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Entro en una inmobiliaria donde trabaja Ana Obregón. Donde debería estar la papelera, hay un caracol hecho de toalla. Cuando me fijo, el caracol tiene la cabeza de su madre, me da los buenos días. Junto a la mesa está sentado su hermano. Tiene la cabeza llena de calvas sonrosadas. Pienso que tiene sarna. Le digo a Obregón que siento mucho que la prensa la persiga. Me pregunta si quiero algo más. Sólo he venido a decirte eso, le digo esperando que se alegre. No sólo no se alegra sino que me pide que me vaya.

el calcetín de sr. chinarro

domingo, 13 septiembre 2009. Sr. Chinarro me hace señas y se acerca a saludarme. Coletas, te ibas sin despedirte, dice. Me toco el pelo y efectivamente llevo dos coletas. Un montón de fans se agolpan a su alrededor. Me hace un gesto con la mano, como diciendo Nos vemos luego. El concierto es en una sala muy pequeña. Él está sentado en un columpio muy rústico de madera y cuerdas, y pasa sobre las cabezas del público mientras canta. Me maravilla que pueda tocar la guitarra y agarrarse a las cuerdas a la vez. Cada vez que llega hasta donde yo estoy, le agarro de un calcetín y tiro un poco. Al cabo de un rato consigo quitárselo y me lo guardo de recuerdo.

uniformes

viernes, 11 septiembre 2009. Unas chicas y yo cargamos unas maletas por calle Alcazabilla, al llegar frente al cine Astoria digo que no puedo más y me siento en el bordillo de la acera. Una chica me dice que nos pongamos el uniforme. Blusa y falda color vino. Nos cambiamos de ropa sentadas, para no llamar demasiado la atención. Llegamos a una casa en calle Cristo, donde hemos quedado con Antonio Muñoz Quintana para maquetar e imprimir el último libro de su editorial. Una de las chicas dice que teníamos que haber comprado algo de comer. Salgo, pero sólo quedan kioscos abiertos. En uno de ellos hay una cola muy larga para comprar pan. Mientras espero, aparece Nuria Arán, una niña del colegio a la que no veo desde hace años. Dice que la última vez que nos vimos prometió enseñarme su coche, y señala una ranchera alicatada por dentro y por fuera con baldosines de flores. Entramos en un bar, Nuria desaparece y un chico muy joven me pide el número de teléfono. Le digo que no tengo móvil ni Facebook. El chico se levanta y escribe algo en una pizarra. Cuando se da la vuelta me fijo en que tiene los pechos operados. Sé quién eres, me dice. Una señora me da un libro que le había prestado Antonio, dice que se lo devuelva de su parte. Salgo agobiada de el bar. Le digo a la chica del kiosco que me cobre porque tengo prisa. Compro dos revueltos y una bolsa de almendras. En la cola todos me miran con mala cara porque Antonio está haciendo derrapes en la calle con su coche.