huesos y escáner

miércoles, 7 enero 2009. Voy con un grupo de gente que no conozco por una carretera de tierra. La carretera acaba. Hay un cortado cubierto en tres partes por piedras, pescados muertos y corderos. Cada cuál elige bajar por uno. Por las piedras, veo cómo resbalan y caen, los pescados me dan asco y los corderos me dan pena porque están vivos. Una mujer mayor me dice que no me preocupe por ellos porque están enfermos y van a morir de todos modos. Otra mujer, al ver que no me decido me ofrece otro paso, un puente hecho de huesos rotos. Como no hay más opciones, camino junto a ella sobre los huesos, que crujen bajo nuestros pies. Noto cómo el polvo de hueso se me va metiendo en la boca. Al llegar al final del puente, tengo una masa blanda, crujiente, del tamaño de una pelota de golf, que escupo con verdadero asco.
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Alberto y yo dormimos en camas separadas, aún así noto cómo da varios respingos. Pienso que está teniendo un infarto. ¿Estás bien? Sí, es que acabo de soñar que había recibido un adjunto que daba miedo, dice. Pues no me lo reenvíes mañana, le digo.
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Estoy en unos grandes almacenes. He comprado una barra de labios, un Rotring y una libreta. En el ticket veo que o la barra es carísima y pienso que la dependienta se ha equivocado. Quiero devolverla. De repente se forma una cola enorme. Incluso Alberto y su madre se cuelan. Cuando les digo, medio en broma, que se han colado, la madre de Alberto me empuja e insulta. Al fin una chica accede a atenderme. Después de mirar con detenimiento la barra de labios y el ticket, me inmoviliza entre sus piernas y me pasa un escáner por la cabeza. Dice que así podrá leer en mi cerebro si el ticket está escrito con tinta envenenada. Cada vez que me pasa el escáner la luz me quema y siento un dolor tremendo. Cuando pretende pasármelo también por las manos, escapo.
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Mi madre, mi hermana y su marido viven en una habitación enorme, muy desordenada. De la pared sale un grifo. Está abierto. Intento cerrarlo, pero no lo consigo. Les pregunto por qué no llaman a un fontanero. Dicen que no conocen a ninguno. Me acuerdo de que Tony es un manitas y podría hacerlo. Voy a llamar a un amigo para que lo arregle, les digo. Mi madre me pregunta cuál es su teléfono. Le digo un número. No me gusta, dice. Mejor, porque me lo he inventado, le respondo.