calcetines

miércoles, 25 marzo 2009. Alguien me despierta. Es Héctor, dice que no haga ruido hasta que ellas se vayan. No sé dónde estoy ni quiénes son ellas. Estoy en una especie de cuna con barrotes de madera, liada en un edredón blanco. Parece el hall de una casa, pero tampoco es la de Héctor. Dos chicas se visten mientras desayunan. Las observo. Una de ellas empieza a hablarme de técnicas de depilación. Salimos a un descampado donde montan casetas para una feria. Me siento delante de una mesa y doblo servilletas. Héctor se sienta a mi lado. Sabía que vendrías, le digo. Lleva un libro muy antiguo, dice que es de su tía abuela. Sonrío, y saco uno exactamente igual.
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Extiendo sobre la mesa una filloa del tamaño de un mantel. Cuando me dispongo a rellenarla con cebollas y ciruelas salteadas entran mi padre y mi suegra. Me doy cuenta entonces de que entre el salteado hay varios calcetines. Intento quitarlos sin que se den cuenta. Mientras, en una pecera que hay en la habitación, varias personas diminutas bucean por hacerse con un busto de piedra que hay en el fondo.