tráfico de ciruelas

miércoles, 30 septiembre 2009. Junto al hospital Parque San Antonio no hay río, hay una explanada de hierba y ciruelos. Las ciruelas tienen un color amarillo rosado, transparentes, parecen de cristal. Caen en racimos enormes. Hay gente sentada debajo pero nadie las mira. Pregunto si puedo llevarme algunas. No. De todos modos arranco una y me la como rápidamente para que no puedan quitármela.
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Estoy escondida en un trastero, sentada en el suelo junto a una tabla de planchar y otros cachivaches. El poeta David Leo García entra y se sienta a mi lado. Le ofrezco una ciruela que se ha colado del otro sueño. Mientras lo veo masticar me acuerdo de Proserpina.
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Sigo en el trastero. Llaman a la puerta, es un chico que no conozco. Se parece a mi amigo, el ilustrista, Luciano Lozano. Sólo vengo a despedirme, dice. Dame un abrazo, dice. Al abrazarlo el chico se convierte en un busto de piedra. Aun así, se marcha.
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Al despertarme noto la luz del amanecer demasiado rosa. Me acerco muy despacio a la cristalera, no me atrevo a correr la cortina por miedo a que desaparezca. Pienso que es la luz del sol reflejada en las ciruelas rosas del sueño anterior.