muebles y más muebles

sábado, 17 octubre 2009. Mi madre dice que tienen que traer un mueble que ha comprado y que estemos pendientes de la puerta. En ese momento llaman. Mi sobrina Elena, que en el sueño vuelve a ser una niña, pregunta quién es y dice que no abre porque no llega a la mirilla. Le doy un beso por haberlo hecho tan bien. Miro pero no sé ve nada, alguien ha pintado la mirilla por fuera. Como si tuviera Rayos-X en los ojos veo a dos chicos correr escaleras abajo. En la puerta de enfrente han dejado basura, una escoba sucia y unas chanclas de playa. En ese momento llegan unos hombres empujando varios muebles enormes. Pónganlos donde puedan, dice mi madre. Mi padre la mira con gesto de Habías dicho sólo uno. Mi madre le dice que no sea tan escrupuloso y ayude. Los operarios meten muebles en el que fue mi cuarto. Les digo que tengan cuidado. Un escritorio, que parece una caja china gigante, se desvencija antes de colocarlo en su sitio y una vez dentro de mi cuarto se vuelven pequeños. Oímos de lejos protestar a mi madre, mi padre se sienta en mi cama mientras yo intento recolocar todos esos cajones. Deberíais hacer un viaje o hacer un cursillo de parejas, le digo. Mi padre se ha convertido en mi hermana. Tú que vives con ellos, deberías hacer algo para que se lleven mejor, le digo. Ella se tapa los oídos con gesto de niña y hace que canta.
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Alberto y yo caminamos junto a una tienda de muebles. Me dice que ha comprado uno y el dueño le ha prometido que me regalará unas piedras. Mientras me habla, no hago más que mirar unas cubetas enormes en la acera llenas de piedras muy negras, pensando en cuáles serán la que van a regalarme.
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Estamos enseñándole Málaga a Carmen Beltrán y Enrique Kb. Carmen camina delante de nosotros. Carmen camina igual que la Duquesa de Alba, le digo a Alberto entre sorprendida y preocupada. Llegamos a una zona de pabellones de ladrillo visto medio derruidos, están llenos de estudiantes. Carmen y Alberto se suben a una mesa, alcanzan con facilidad el ventanuco, y entran. Yo lo intento pero no llego. Alberto me dice adiós con la mano. Una chica me ofrece ayuda. A mí me pasa lo mismo cada mañana cuando vengo a clase, dice. Le pregunto dónde estoy. Dice que es el pabellón de Valencia. Un grupo de chicos sentados en el suelo tocan con guitarra "En un mundo tan pequeño". Entre eso y la luz que entra por los cristales sucios me siento muy feliz.
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Mi amiga Cova le sirve a Andoni, su marido, un vaso enorme de perfume. Es un perfume verde que huele a hierbas y tiene la densidad de haber machacado un kiwi. Andoni se lo bebe entre risas mientras otro amigo le hace fotos con el móvil. Miro a mi alrededor por si están sus hijos. Ni rastro, así que llego a la conclusión de que he viajado en el tiempo, al pasado. Estoy de pie, con los codos apoyados en la mesa, mirando lo felices que son. El tacto de la mesa es agradable y pienso que es tan sólida que podría aguantar el peso de dos personas. Noto a Kb detrás de mí, me agarra la cintura suavemente. Comienza a bajar con disimulo la palma de la mano. Si vas a darme un cachete que sea bien fuerte, le digo.