uniforme ridículo, pelos ajenos y llaveros retro

martes, 15 diciembre 2009. Voy hacia la casa de Virginia Aguilar. Quiero felicitarla por el premio Andalucía Joven que acaba de ganar. Cuando llego a su calle, en la capilla que hace esquina no hay Cristo ni Virgen, está Camilo de Ory con un uniforme militar griego bastante ridículo. Me dice que es el centinela y que no puedo pasar. Pienso que esté de broma. Si te acercas disparo, dice apuntándome con lo que parece una espingarda de juguete.
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Alberto y yo estamos en una habitación de hotel que da directamente a la terraza de un bar. Me está esperando en una de las mesas. Va vestido en tonos claros. Pienso que le quedan mejor que el negro. Corro las cortinas e intento ducharme, pero la bañera se va convirtiendo en una pila de piedra muy pequeña. Observo el suelo y está lleno de pelos muy cortos, como si el anterior cliente se hubiese afeitado. En realidad toda la habitación se está llenando de pelos cortos. También ha comenzado a inundarse. Siento un asco tremendo, pero no puedo salir sin arreglar. Me ducho como puedo, pensando todo el tiempo que si el agua sigue subiendo moriré ahogada cubierta de pelos ajenos.
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Llego a casa de Daniel Verge, me cuesta mucho subir la escalera, como si cada pierna me pesaba cincuenta kilos. Cuando llego al descansillo todo está lleno de juguetes, incluso hay unos columpios desarmados. Pienso que son los juguetes de su sobrina y su hija. Al pensarlo, una señora me dice que no con el índice. No entiendo cómo saber lo que estoy pensando. me siento a su lado en lo que parece un parque. Veo a Daniel a lo lejos ir y venir acarreando juguetes. No le digo nada. La señora tampoco dice nada, sólo me mira. Un tipo muy sucio se acerca con una caja llena de juguetes rotos. Quiere que le compremos algo. Reconozco en la caja algunas cosas que fueron mías cuando era niña, como un monedero celeste de perlitas o una espada sonriente. Daniel aparece, le dice que sin marketing no venderá nada. En pocos segundos hace llaveros con cada juguete roto y varios niños se pelean por comprárselos.