jeringuillas, chorizo y despedida

domingo, 21 marzo 2010. Andrés y yo estamos en una terraza. Hay poca luz. Le cuento que, desde que he vuelto a casa, no puedo dormir. Sin mediar palabra, saca un maletín plateado con dibujos de Los picapiedra. Dentro hay jeringuillas con líquidos de colores. Elige una con líquido rosa e intenta inyectármela. Salgo corriendo, pero la terraza no da a ningún sitio, sólo a un cortado y a un monte de rocas. Trepo por el monte, me rompo las uñas en la huida. Pienso que Andrés es mucho más grande y más fuerte que yo, que acabará por atraparme. De todos modos, sigo huyendo.
+
Una chica argentina me ofrece un chorizo por la calle como las mujeres gitanas ofrecen romero. Te va a hacer falta, me dice y desaparece. Se hace de noche de repente. Las calles están vacías y empiezan a cubrirse de niebla. Al fondo veo un taxi con las luces encendidas. me acerco, pero está vacío. Si tuviera las luces apagadas daría menos miedo, pienso, y trato de apagarlas a patadas. Oigo ladridos de perros. Me acuerdo del chorizo. Lo parto en trozos pequeños con los dientes y los voy tirando por las calles que dejo atrás. Pienso que así los perros se entretendrán comiéndoselo y yo podré escapar.
+
Me encuentro a Blanco por la calle, me da dos besos, me cuenta cosas sin importancia. Mientras me habla, me pasa la mano por la espalda una y otra vez, como si tratara de consolarme. Pienso que ese gesto significa que va a marcharse, pero que no va a decirme que se marcha.