servilletas redondas

martes, 9 marzo 2910. Un fotógrafo me persigue por un centro comercial. El suelo está muy brillante. Pienso que si me quito los zapatos podré ir más rápido, deslizándome. Me doy cuenta de que no llevo calcetines, así que en vez de patinar, los pies se me agarran aún más al suelo. Subo a una rampa mecánica, pero resulta tener forma de omega y desemboca en el mismo sitio.
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Alberto ha tirado un taco de servilletas de papel a la basura. Pienso que si su madre se entera me echará una bronca. Las servilletas se han ensuciado por los bordes. Las recorto, les doy forma de círculo. En ese momento entra su madre en la cocina. Mira, servilletas redondas, le digo. No digas más tonterías y deja esos posavasos en su sitio, dice.
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Mi amigo Juan está sentado en el sofá de su casa, lleva ropa de deporte, incluso un número en el pecho como si viniera de una carrera urbana. Se le ve muy cansado. Me acerco a preguntarle si está bien, si ha podido correr a pesar de su rodilla, pero ni me ve ni me oye. Intento coger algo de la mesa, pero mi mano traspasa las cosas. Sobre la mesa hay unas piedras muy bonitas en una bandeja y una piedra grande con huellas de animal. La madre de Juan se sienta a mi lado, me dice que le duele un hombro, que le dé un masaje. Pienso que si sólo ella puede verme va a ser porque las dos estamos muertas.