chivite futbolista

jueves, 8 abril 2010. El escritor Chivite dice que se retira del fútbol. Sale del dormitorio de mis padres vestido con traje en tonos claros, muy elegante, lleva un balón en la mano. Me pregunta, muy tímidamente, si puedo hacerle un vídeo dando unos toques al balón, de recuerdo, dice. En el salón de la casa de mis padres hay varios directores de cine con cámaras enormes. Todos quieren filmarlo. Chivite da varios toques seguidos sin que el balón se le caiga. Los directores aplauden su destreza, pero lo hacen de un modo que no me gusta, casi forzados, exagerando los gestos. Chivite no se d cuenta porque mira hacia el balón concienzudamente. Allí los dejo y salgo hacia el campo. Hay mucha gente por la calle, le pregunto a unos albañiles si saben cómo va el partido. El Málaga le ha metido seis goles al Barça, dice. Saltamos juntos de alegría. Corro hacia el campo pero las gradas ya están vacías. Veo a Chivite a lo lejos, de espaldas, es fácil reconocerlo por su traje color claro. Intento alcanzarlo pero se pierde entre la gente.
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Un niño de dos años da saltos en una cama, no quiere dormir, da gritos y patadas. Mi madre tiene la cara de cansada, mi padre no hace nada por que le tiene miedo. Saco al niño del dormitorio y le digo que conmigo no juegue, que yo no soy como ellos. El niño me pide un juguete. Sólo te lo daré si prometes no gritar nunca más. El niño me abraza y dice que su juguete está detrás de la puerta. Me arrastro por el pasillo de la casa de mi abuela hasta el dormitorio que había junto al jardín. Desde detrás de las cortinas veo a una pareja, se han colado y están besándose. Procuro no hacer ruido para no molestarlos. Busco el juguete del niño, pero no lo encuentro. Al salir del dormitorio, veo que mi bolso está colgado de la puerta, por dentro, y que la pareja ha metido las manos por el postigo e intentan robármelo. Les grito que se vayan, que encima que los dejo usar el jardín intentan robarme. Me siento muy triste, el jardín empieza a elevarse sobre la calle y veo que unas mujeres gitanas los acosan para que compren romero.
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Sigo en casa de mi abuela. Sentada en la silla que había junto al teléfono negro que colgaba de la pared, detrás de la puerta de cristales color ámbar. Pienso que la luz no ha cambiado, como si supiera que esa casa ya no existe y sólo he viajado en el tiempo. Lo miro todo como si hubiera viajado en el tiempo. Espero una llamada. Un tipo me dice por teléfono que El director quiere hablar conmigo, pero que mientras me pondrá algo de música. No sé de qué director habla y no me da pie a interrumpirlo para decirle que ése no es mi teléfono, que en unos segundos volveré a mi época.