frisch el cebolleta

viernes, 21 mayo 2010. Mi hermana ha sacado ropa de mi armario y se la está probando. Tiene mucha prisa. Intenta ponerse un pantalón verde de terciopelo que fue de mi madre, pero no le entra, después prueba con una falda roja de lana. Le digo que al sentarse se le abrirán las costuras. Cuando se la pone, la falda y la chaqueta rojas se vuelven amarillas. Sale corriendo desde la terraza, a pesar de ser un cuarto piso. Mi madre y yo la miramos correr por un descampado, ahora a ras de casa. Lleva mis zuecos y no se ha puesto medias. No has cogido el paraguas, le grita mi madre. Vemos cómo se acerca a un grupo de turistas suizos y alemanes que acaban de bajar de un autobús. En un momento han organizado una mesas largas, se han subido a los bancos, hacen una coreografía mientras cantan.. Mi hermana canta y baila con ellos. Es la canción de la cerveza, dice mi madre orgullosa. Alguien ha pegado su cuerpo al mío en plan abuelo cebolleta, y al volverme descubro que es Max Frisch. También ha puesto su cámara digital a menos de veinte centímetros de mi casa. Tapo el objetivo, le pido que no me haga fotos. Me alejo del grupo hacia una casa, Frisch me persigue, es muy rápido a pesar de su edad. Le digo que si no me deja en paz, a pesar de admirarlo tanto, voy a llamar a la policía. Me empuja hacia la casa, grito pidiendo ayuda, pero no me sale la voz. Unas chicas que salen de la casa riéndose ni siquiera me miran. He conseguido escapar encerrándome en un servicio de caballeros. No hay váter, sólo hay un agujero y serrín en el suelo. El pestillo está roto. Mientras Frisch empuja la puerta, yo la sostengo desde dentro y aprovecho para orinar. Al orinar el serrín que se va mojando va convirtiéndose en confeti. Es tan bonito que consigue distraerme y casi se abre la puerta. Cuando no oigo su respiración, salgo. La casa es una galería de arte. Algunos de mis cuadros cuelgan de las paredes. Pienso que mis amigos Juan Luis y Luciano me han preparado esa sorpresa. Pienso que la luz de la sala es demasiado blanca, pero aun así me gusta. Hay tres sillas de tijera y otras tres de comedor. Decido plegar las de tijera y guardarlas en una sala aneja. En esa sala hay dos sacos de tierra y unos cien cascos de albañil exquisitamente ordenados. Hecho tierra en un plato hondo, de una olla saco un cazo sopa de arroz y lo siembro. Al momento crece una planta de un verde muy brillante en forma de cono. Satisfecha, la coloco en el alféizar de la ventana que da a la calle. Max Frisch se acerca con una chica, va enseñándole fotos en la pantalla de su cámara. Se ríen. Me tiro al suelo, bajo la ventana, para que no me vean. Los oigo reír a carcajadas. Pienso que quizá consiguió hacerme fotos mientras empujaba la puerta y yo orinaba. Desde mi pobre escondite, deseo que la planta crezca tan rápido que tapie la ventana.