jersey verde

sábado, 31 julio 2010. Estoy tumbada, tengo los ojos cerrados y oigo que alguien me dice que estoy dormida y tengo que despertarme. Por un lado no quiero despertar porque tengo sueño acumulado, pero por otro no estoy bien. Con los ojos cerrados y oyendo esa voz, puedo ver dentro de mi cabeza mis ojos, como si fuesen dos canicas de goma botando en todas direcciones.
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Estoy en una casa sin amueblar, completamente vacía. Suelo, paredes y techo están forrados de madera, incluso el cuarto de baño, que únicamente tiene una agujero en la pared. Por allí deambulan algunos amigos. Alberto inspecciona cada habitación como si tuviera intención de comprar la casa, Joan busca un rincón para dibujar. Al abrir una de las puertas salgo a campo abierto, aunque en el sueño consta que se trata de un cementerio. Pienso que ojalá Alberto se decida a comprarla, porque siempre he querido vivir cerca de uno. El paisaje comienza a llenarse de gente joven, como si llegaran a un concierto al aire libre. Veo a Juan entre ellos, me saluda levantando los brazos para hacerse ver. Se quita el jersey que lleva y me lo pone. Tenemos que parecer uno de ellos, dice. El jersey es enorme, hecho a mano en lana verde muy fina, está gastado, casi transparente. Pienso que lo ha tejido él. De repente, me siento cómoda y feliz. Estaré sola todo el fin de semana y que tengo que contarte algo muy importante, le digo. Imposible, dice él y desaparece entre la gente. Oigo decir a alguien que hay un hombre muerto junto a los árboles. También oigo a Juan decirles que no es un hombre muerto, que sólo es un hombre al que aún no han enterrado. La gente suspira, ríen aliviados, algunos incluso aplauden. Entro en la casa para no ver al muerto. Ahora soy yo quien mira la casa, midiendo a ojo el ancho de los pasillos, pensando dónde pondría las estanterías con mis libros. En el alféizar de una ventana que da a un muro, hay piedras, botones antiguos y relojes parados. Siento un cansancio enorme y aparece una habitación donde todo el suelo está acolchado. Joan duerme abrazado a una chica. Me tumbo a unos cinco metros de ellos. La chica se despierta y le pide a Joan que vaya a buscarle un vaso de agua. Joan se levanta de un salto. Camina de puntillas. Cuando pasa a mi lado, mantenido el equilibrio sobre el suelo de gomaespuma, me pregunta si estoy bien. Juan se ha ido, le digo, y no sé si tenía que devolverle el jersey.