caballos y oso panda

lunes, 23 agosto 2010. Parece un decorado. Un pueblo de casas blancas donde luchan soldados con pantalón rojo y casaca blanca, contra soldados de casaca roja y pantalón blanco. Un grupo de amigos vamos escondiéndonos por donde podemos. No vamos uniformados. Le digo a alguien que ya podían haberlos vestido de otro modo porque así no hay quien los distinga. No sé en qué bando estoy. De un cobertizo salen un montón de caballos al galope. Alberto dice que le hubiera gustado estar entre ellos para notar esa fuerza. Decide esconderse en el cobertizo por si los caballos vuelven. Yo me escondo junto a unas balas cuadradas de paja y me cubro con algunas para que no se me vea. Un tipo me ha descubierto. Sal de ahí hombre, me dice. Cuando salgo veo que es Zayas, pero dice que no puede llevarme con él porque es del otro bando. Tápate bien y a ver si hay suerte, dice. Me ayuda a esconderme. Te van a matar de todos modos, dice y me abraza.
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Camino por el poyete de la Plaza de la Merced. A mi lado va Camilo. Por fin soy más alta que tú, le digo. Me abraza y me besa sin mediar palabra. Sus labios son muy finos y parecen de cera endurecida. Pienso que no es él.
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Sr. Chinarro me cuenta que en su clase había un niño muy sensible al que todos llamaban "el oso panda" porque por las noches se iba a cuatro patas al parque de las putas. Yo estoy tumbada en el sofá y él me habla como si me contara un cuento para dormirme. Mientras me habla le crece el pelo a toda velocidad.
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Juan Luis dice que me dé prisa, que no llegaremos nunca al bar de los geólogos. No sé de qué me habla. Entramos y, aunque todas las mesas están llenas de comida, la camarera dice que ya no queda nada. Algo podrá ponernos, dice Juan Luis y se sienta en una mesa. Además, tenemos que esperar a Omar, que viene a caballo desde California, cruzando el Atlántico, añade.