lengua de trenza de pelo

lunes, 3 enero 2011. Alberto ha hecho un calendario con fotos de sus amigos del trabajo. Se lo van pasando para verlo. No quieren que yo lo vea. Mientras observo lo bien que se lo pasan, noto que la lengua se me ha convertido en una trenza de pelo muy gruesa que no me deja respirar.
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Almudena Grandes y Richard Gere discuten sobre feminismo en una tertulia de la tele. Cada uno está sentado, frente a frente, en un sofá blanco. Mientras Gere habla, Grandes se tumba en el sofá y abre las piernas. Pixelan la imagen para que no se le vea nada. Mientras observo la escena, pienso que Gere no miente cuando dice que es budista porque ni siquiera se ha sonrojado.
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Camino por la calle con un grupo de gente. Mi prima Elisa le dice a Andrés que está harta, que ese mes ya ha hecho dos Magnum y no quiere que vuelva a hacerlos. Se aleja muy enfadada con una amiga y entran en una tienda de ropa de bebés. Le pregunto a Andrés qué es un Magnum. Que dejo a tu prima en una esquina con mi material fotográfico, y yo me voy dos horas a hacer fotos, dice. Me viene a la cabeza la imagen de Elisa en la esquina del Muelle de Heredia pasando frío. Le digo a Andrés que dos horas son muchas, mientras seguimos andando hacia un restaurante. Eso se parece a la plaza de toros de Tenerife, dice Andrés. Es sólo un garaje, le corrijo. Y aquí tenemos la plaza de toros convertida en garaje, dice de repente un guía turístico. Andrés y yo nos miramos y nos echamos a reír. Me alegro de estar en Tenerife, señalo un edifico muy alto junto a la plaza-garaje, y le digo a Andrés que allí vivía mi amigo Juan Luis. En esa casa habríamos sido felices, pero la vendió le digo. Llegamos a un restaurante, hay que bajar una escalera con el techo muy bajo. El grupo ya ha llegado y están repartidos por varias mesas. En la mesa donde está mi madre quedan dos sitios libres. Me siento frente a ella para contarle que he visto la casa de Juan Luis. Andrés se sienta a mi lado y coloca una cámara, con un zoom enorme, sobre la mesa. Veo a Elisa y a su amiga bajar con cuidado por la escalera. Me levanto y le dejo el sitio. Me siento en una mesa con mi abuela. Mientras me acerco a su mesa, me doy cuenta de que estoy soñando porque mi abuela murió hace tiempo, así que sonrío y me siento a su lado. De qué te ríes, dice echándome el pelo detrás de la oreja. Estoy soñando contigo, estás viva y vamos a cenar en un restaurante, le digo.