rosenvinge

sábado, 19 febrero 2011. A las puertas de un bar hay cierto revuelo. Hay un coche negro aparcado, un guardaespaldas abre la puerta y sale Froilán, el hijo de la infanta Elena, con dos amigos. La gente quiere acercarse a verlo, se dan codazos. Alberto y yo nos alejamos de allí como podemos. Al pasar por delante de un kiosco vemos la foto del niño entrando al bar. Es imposible, le digo al kiosquero, acabamos de verlo entrar. Soy el más rápido, responde él mostrándome una foto suya posando a lo 007. Me fijo en que la portada es en realidad una foto digital mal impresa en un folio, colocada sobre una revista. Me río. Seguimos caminando. Me fijo en los zapatos de Alberto, son de ante marrón. No sólo me extraña verlo con unos zapatos así sino que además los zapatos llevan bolsillos laterales. Alberto los palpa para ver si hay algo dentro y saca un puro. Sigue palpando y saca una ristra de chorizos y una morcilla. He perdido de vista a Alberto, y cuando me vuelvo lo veo con unas gafas de sol de cristales rosas y un polo a juego. A su lado caminan dos chicas, una es Christina Rosenvinge. Yo atónita. Rosenvinge alaba las gafas rosas, le explico que me las regalaron con un tinte para el pelo. Pues ya te hace falta, dice señalándome las canas. Entramos en un restaurante. Me fijo en que llevo el chubasquero amarillo mientras que todos los demás van vestidos elegantemente. Deseo que debajo del chuvasquero lleve el vestido negro que me puse para la boda de Cantos. Voilá. Rosenvinge me mira sorprendida. La camarera ya ha traído sus cenas y me apremia para elija. Todo me parece horrible. En la carta sólo hay platos grasientos que mezclan gambas fritas con trozos de pizza.