agujeros y dientes

sábado, 19 marzo 2011. Un hombre bastante rudo, hace agujeros en las losas de la terraza con extrema facilidad, como si hundiera los dedos en tierra húmeda. Después de meter unas hierbas largas en cada agujero, pasa a ducharse. Alberto y su hermana dicen que están preocupados porque su madre está más mandona que nunca. Les digo que está igual que el último año, sólo que ellos no pasan suficiente tiempo con ella como para apreciarlo. Cuando vuelvo a mirar la terraza, sólo hay agujeros, nada de hierbas. Lo ves, ya las ha arrancado, hay que hablar con ella, dice mi cuñada y me empuja a la habitación donde su madre juega con un niño. ¿No era mejor esperar a que el jardinero se fuera para arrancar las hierbas?, le pregunto. No dice nada. Mi cuñada se queja de que también arrancó una costilla de Adán que tenía en su dormitorio y que por eso puso pestillo. Pienso que nada de lo que se reprochen tiene sentido porque no van a cambiar. La abuela de Alberto aparece de repente, camina con dificultad hacia un estanque muy sucio que, también, ha aparecido de repente en la terraza. Se tira de cabeza. Alberto está tan cansado que no reacciona. Corro tras ella y me tiro para sacarla, pero cuando ya estoy dentro, ella sale con gesto travieso, de un salto. Aún dentro del agua, pienso que habrá que tapar los agujeros de la terraza.
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Alberto, Andrés y yo miramos estanterías con juguetes antiguos en lo que parece un museo. Andrés se fija en unos cochecitos de lata diminutos. Le cuento que el padre de mis sobrinos tenía una caja llena y que un día mi cuñada los tiró a la basura. Y lo peor de todo es que mi sobrina guardaba cada diente que se le caía en uno de esos coches; ahora no tiene ni dientes ni juguetes, le digo. (Me despierto con fiebre.)