ovillos y magueras

viernes, 16 diciembre 2011. Llego a una oficina, me recibe una mujer muy mayor vestida de negro, es igual a la institutriz de Heidi. Espero que la hayas terminado, dice. Pienso que se refiere a mi novela, pero no sé cómo sabe ella nada ni qué quiere de mí. ¡Vamos!, dice abriendo las manos, como si esperara a que se la pusiera sobre la mesa. Saco del bolso varios ovillos de lana de distintos colores y tamaños. Esto es todo lo que tengo, le digo. Apunta algo en un libro de contabilidad. Así me gusta, puedes irte, dice.
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A Alberto le suena el móvil, habla, se ríe. Me extraña verlo tan animado porque odia el móvil. Ya hemos quedado, dice. Camina más rápido, lo sigo. Llegamos a un bar y saluda a Camilo. Me resulta extraño que hayan quedado por su cuenta. Me siento junto a dos tipos de pelo largo y rizado, hablan de Daniel. Les pregunto de qué lo conocen, les digo que hace mucho que no lo veo, que le den un abrazo enorme de mi parte. No me hacen mucho caso. Noto que me cae agua en la cabeza. Al volverme veo a Camilo con un anorak y una manguera de bombero mojando a todo el mundo, sobre todo a mí. Me acurruco en unos cojines y pienso que ya se cansará. Cuando se cansa, entro en un servicio muy pequeño, sólo hay toallas de papel, no puedo secarme. Un bombero de verdad me enfoca con una manguera de la que sale aire caliente a toda presión. Temo ahogarme. ¡No me ayudes, no me ayudes!, le grito.