aviones plateados


sábado, 26 mayo 2012. Grabo imágenes por la calle, imágenes normales de gente que pasa. Hago zoom en sus ojos, sus bocas y sus zapatos. Llego a una especie de hangar, estoy cansada y busco un sitio para sentarme, pero todo está sucio de cagadas blancas y enormes de gaviota. Veo a Rafa sentado en una silla metálica plegable. Me pregunta si he grabado a chicas desnudas. Niego con la cabeza. Siempre pensando en lo mismo, le digo. Claro, dice, la vida es corta. Se ríe, nos reímos. Llega Juan muy apurado, dice que estaba buscándome, que me acompañará a casa. Antes quiero ver los aviones, le digo. No son más que aviones plateados, así que vámonos a casa, repite llevándome de la mano.
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Voy en una barca pequeña de madera. También van unos niños que juegan a empujarse. Pienso que, al menos a ellos, deberían haberles puesto chaleco salvavidas. La barca es muy inestable. Uno de los niños me da un móvil. Es tu madre, dice. ¿No ibas a venir hoy?, pregunta mi madre. Voy para allá. Mi madre comienza a decir cosas muy raras. Dice que no recuerda cuándo se quedó viuda, dice que bajo la ventana, dentro del dormitorio, hay un coche aparcado con un hombre durmiendo dentro, dice que no recuerda cuándo empezó a usar faldas de crepe, dice que vaya cuanto antes. Pienso que ha perdido la cabeza del todo. Salto de la barca y corro por una avenida con árboles. Veo a Blanco apoyado en uno. Mi madre ha perdido el juicio, le digo. Me da la mano. Iré contigo, dice. ¿Te ha pillado por sorpresa?, me pregunta. No. Me aprieta la mano, me da un meso en la cabeza a través del pelo.