esmeraldas con superpoderes y otras cosas que brillan


martes, 31 julio 2012. Se supone que es fin de año. Abro la puerta del que era mi cuarto y veo a mi abuelo Manuel despiéndose de mi padre, lo besa en la boca. Los miro asombrada. El abuelo dice que no nos besa a todos porque tiene prisa. Me alegro. Pienso que yo tampoco tengo mucho tiempo: quiero darle una sorpresa a Juan, ir a verlo, felicitarlo y volver a casa antes de las doce. Mi madre está ilusionada, quiere que me ponga unos pendientes enormes con esmeraldas y diamantes que no sé de dónde han salido. Me los pone, me llegan a los hombros. Sé que no seré capaz de llevar algo así, pero no sé cómo decírselo. No hay luz en las calles, le digo al fin, pueden robármelos. ¡Oh, es verdad!, dice con gestos exagerados, casi cómicos. Es una pena, porque tienen superpoderes, dice cuando se los devuelvo. Efectivamente, noto que el pelo me brilla muchísimo. Muevo la cabeza, tengo una melena de anuncio de champú. Pienso que debo darme prisa, que en estos casos el efecto suele acabar a las doce. También pienso que si Juan ve mi nueva melena y al día siguiente vuelvo a ser yo, se decepcionará y será peor. Mientras decido ante el espejo si voy o no voy a verlo, va pasando el tiempo.
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Parece un aula de colegio, sin mesas ni sillas, pero se supone que es nuestra casa. En el centro hay un muro bajo que hace de cocina americana. Tiene puertas correderas de madera. Quizá acabamos de mudarnos porque no hay muebles, ni cortinas. Todo está pintado en blanco. Los ventanales tienen persianas venecianas verdosas. Lo miro todo con cierta pena. La luz es mala, dice Alberto. Sí, al menos las vistas son buenas, le digo. Por la ventana sólo se ven eucaliptos. Tres tipos abren la puerta de repente. Ya están aquí, dice Alberto con resignación. Uno de ellos es Juano. Al parecer cada cual tiene su misión: Uno busca cosas que hagan ruido al romperse, otro las rompe, y Juano va narrando lo que hacen. Pienso que si es una performance no tiene ninguna gracia. Rompen varios platos, varias tazas. Buscan botellas. Alberto me guiña, como diciendo que las escondió bien. Juano se da cuenta, me dice que no romperán ninguna botella de vino pero a cambio le diga dónde están las de tónica. Señalo el cesto del reciclaje. Juano sonríe, convence a sus amigos de que rompan las botellas vacías, lo narra meticulosamente y se van. La habitación queda llena de cristales rotos que brillan exageradamente en el suelo. La luz sigue siendo mala, dice Alberto.

negativos felices

lunes, 30 julio 2012. Encuentro en la acera unos negativos, los miro al trasluz, en todas las fotos aparece Juan sonriendo.
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Veo pasar una cabeza de camión que arrastra un panel enorme blanco. Elvira y un chico se dejan caer por el panel vertical, hacen figuras con el cuerpo. Cuando pasan, la gente se para y les aplaude.
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Estoy en una cocina enorme donde hay mucha gente trabajando. Unos limpian el techo, otros ordenan cubiertos sobre la mesa. A mí me toca hacer de comer. Francine, el personaje de "American dad", me dice que mejor dedique la mañana a forrar el fondo de los cajones del mueble de los cubiertos, y que no olvide que los cubiertos siempre van en el primer cajón. Pablo, que estaba en una escalera limpiando el techo, se me acerca y me dice: Recuerda que todo acaba expandiéndose.

barco de salón

domingo, 29 agosto 2012. Espero el autobús sentada en un banco de piedra. El bolso se me ha abierto y mis cosas andan desperdigadas. También hay una taza de café. Llega el bus, no me da tiempo a recogerlo todo, lo pierdo. Se para en un semáforo, corro, golpeo la puerta, subo. El conductor se ríe cuando le digo que he perdido mi taza de café. Me da un plano de la ciudad. No entiendo nada. Al cabo de un rato me bajo delante de un edificio blanco en forma de cubo, con ventanas muy pequeñas. Subo al primer piso, la puerta está abierta. Juan y unos amigos dan los últimos toques a un barco que hay atracado en el salón. Pero sois ocho y sólo lleváis cuatro roscos salvavidas, le digo. Juan se ríe, dice que hay mensajes en el contestador para mí. En otra habitación completamente vacía hay un teléfono en el suelo. Hay dos mensajes, uno de Neira y otro de José Luis. Aparece Salvador. Dice que no lo entretenga, que tiene que revisar todos los test. Recuerdo que yo también hice uno. Miro el que está corrigiendo: Alguien ha cosido cristalitos y telas de colores como respuestas.

disfraz de abuela

jueves, 26 julio 2012. Carmen y Enrique se han mudado a la casa de mi abuela. Han pintado las losas del patio en tonos azules y marrones. Carmen me cuenta que su hijo nacerá en octubre. Le miro la tripa y la tiene completamente plana. Entramos en el cuarto de la lavadora. Le cuento que de niña solía esconderme allí. Hay cajas amontonadas donde, sospecho, hay juguetes que fueron míos, pero no digo nada. También hay una bata que fue de mi abuela. No la tires, le digo, puede servirnos para disfrazarnos.

un escritor incurable

miércoles, 25 julio 2012. Encuentro un libro en el jardín de la casa de mi abuela. Lo sacudo de tierra, le falta la portada y las primeras páginas. Está impreso con distintos tipos de letra y en varios tamaños, párrafos en negrita. También hay páginas con sopas de letras y crucigramas. Es la historia de un primer amor. Hay mucha tensión, por ejemplo cuando el chico lleva a su novia a un edificio en obras para acostarse con ella, cómo describe su cuerpo desnudo sobre el cemento, porque uno no sabe si va a besarla o a matarla. Pienso, de repente, que un libro tan bueno sólo puede ser de Chivite. Vuelvo a las páginas de las sopas de letras intentando encontrar alguna palabra que me dé la clave. Alguien que pasa por la acera me dice: No encontrarás pistas, es un incurable. ¿Un incunable? No, un escritor incurable.

el extraño viaje

martes, 24 julio 2012. Subo una cuesta con dos tipos que se empeñan en enseñarme la ciudad.. Parece Italia. Uno de ellos me pregunta por qué llevo un pañuelo en la cabeza. Para esconder las canas. Se ríen, piensan que es broma. Mi madre se me acerca, me zarandea, me dice al oído: ¿Por qué estamos aquí? ¡Estoy harta!, me zarandea. Le digo que no fui yo quien quiso venir, que estamos en la misma situación. Mi madre intenta darme una bofetada. Le agarro el brazo, se lo muerdo. Mientras los dos tipos han subido a una hornacina con un santo, sobre la puerta de un bar, y se hace fotos.

entrevistas y champú para caballos


lunes, 23 julio 2012. Hay una fiesta en casa de Javi. La casa tienen muchas habitaciones y mala luz. Hay una terraza enorme a la que se sale saltando por una ventana. No conozco a ninguno de sus amigos. Todos llevan gafas. Hay mucha comida. Siempre pierdo mi vaso. Alberto va a entrevistarlos. Ha colocado una silla en el centro de la habitación. Todos nos sentamos alrededor. Llega Marcos y se sienta en un rincón, discretamente. Le hago señas. Entiende que estoy preguntándole si van a entrevistarlo y niega exageradamente con la cabeza. Entra otro chico con gafas, muy alto, y se sienta con las piernas encogidas. Pienso que es Jota y que ojalá después se acerque a saludarme, aunque no creo que me haya reconocido. 
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Tiendo ropa en unas cuerdas que cruzan el dormitorio de mi hermana. Una lagartija aparece desde detrás de la cortina y se esconde tras una estantería. Llega Jurdi. Me habla de un amigo al que no le va muy bien. Le digo que es una pena que alguien tan inteligente no haya sabido encontrar su sitio en el mundo. En realidad lo digo por él. Me mira, niega con la cabeza. No pienso volver a trabajar, dice. Le digo que no tiene por qué ser el mismo trabajo, que no vuelva a la tele, que haga otras cosas que le gusten. De repente estamos en la terraza de un bar, delante de la cristalera. Dentro veo a Javier con el pelo a lo perocho. ¿Usará champú para caballos?, pienso. La conversación continúa. El bar es bastante austero pintado en magenta y turquesa. Ves, no me importaría tener un negocio así, dice Jurdi. Yo te ayudo, le digo. Me pone la mano en el hombro. Pero, ¿tú cómo estás?, dice. No respondo, me miro en el cristal, tengo una melena preciosa, no parezco yo. Estoy bien, ahora uso champú para caballos, le digo.

petimetre

domingo, 22 julio 2012. Salgo al patio de la casa de mi abuela, me dice que la ayude a tender sábanas. Me parecen pequeñas para ser sábanas, pero no digo nada. La mitad del patio está cubierto de barro. Como si mi abuela pudiera leerme el pensamiento, me dice que no lo limpie. Deja las cosas como están, dice. Mi abuela entra en la cocina. Una muñeca de colores chillones se levanta del charco de barro e intenta limpiarse la cara. Deja las cosas como están, recuerdo. Le hago fotos. La muñeca me ve y me grita: ¡Petimetre!

carrera y desorden


sábado, 21 julio 2012. Tengo que correr en una carrera en la que hay que hacer en un solo día los kilómetros que un caballo haría en dos meses. Varias personas me ayudan a vestirme como si fuera un torero. Me dan instrucciones. Les digo que quiero llevar libreta y boli por si se me ocurre algún poema mientras corro. Cuento menos peso lleves, mejor, me dicen. En un descuido escondo un lápiz pequeño en la cinturilla del chándal.
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Estoy en la buhardilla de una casa construida sobre la arena, a pocos metros de la orilla. Miro el atardecer tumbada en una cama que está justo al ras de una ventana que da a la playa. Veo a los últimos bañistas recoger sus cosas. La luz se va a una velocidad de vértigo. Veo una isla a pocos metros de la costa. A mi lado hay alguien leyendo, le digo: Antes era una isla, ahora han construido y hasta hay tendederos con ropa. Todo acaba siendo basura y desorden. En ese momento deseo bajar a la playa y coger una piedra, pero me echo a llorar. Me tiro al suelo y me echo a llorar.

cuchara por crucifijo

viernes, 20 julio 2012. Estoy tumbada en la cama, boca arriba con las manos sobre el pecho y los ojos cerrados. Entre las manos tengo una cuchara de madera, del modo en el que se le colocaría un crucifijo a un muerto. A los pies de la cama están Marcos y Thomas Bernhard. Después de pasar los tres un buen rato callados y e inmóviles, les digo: Tengo hambre. Marcos pregunta: ¿Calabaza o mermelada? Algo naranja, el color naranja lo arregla todo, responde Bernhard.

perder y volver


jueves, 19 julio 2012. Subo la cuesta de Fuente Olletas con una bolsa enorme de deporte. Pesa muchísimo. Delante de mí, un chico arrastra también su bolsa. Cada tantos pasos miramos hacia atrás por si aparece el autobús. Al parecer, si lo perdemos, tendremos que esperar hasta el día siguiente. Por fin estamos en la parada, dejamos las bolsas en el suelo. El bus llega y pasa de largo. El chico y yo nos miramos decepcionados.
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Daniel y yo llegamos a la que fue la casa de mi abuelo. Se supone que ahora es su casa. Subimos la escalera muy despacio. Daniel dice que tengo que contarle muchas cosas. Llevas años de retraso, me dice. Entramos en un dormitorio que parece de niña, con muebles pequeños pintados de blanco. Me abraza. Voy a la cocina, pero no te vayas, dice. No pienso volver a marcharme, le digo.

en obras

miércoles, 18 julio 2012. Se supone que Alberto y yo llevamos unos días preparando una especie de nave en el campo para cuando lleguen los amigos. Hemos hecho muros bajos para separar el espacio en habitaciones. Todo está revuelto y sucio de cemento. En una mesa enorme hay restos de tartas de distintos sabores. Oigo que afuera derrapa un coche, salgo, el coche no tiene puertas, veo que lo conduce Nacho. Ya llegan y nada está en su sitio, le digo a Alberto. Vuelvo dentro, huele  a gas, veo tres hornillas encendidas. Creo que una va a explotar, digo y en ese mismo instante explota. Tengo que ducharme, le digo. Entro en una habitación donde sólo hay un catre en un rincón y una manguera en otro. Todo da asco, me ducho con los calcetines puestos para no pisar el suelo descalza.

kiosco de piel


martes, 17 julio 2012. Al ir a hacer la cama encuentro dos piedras enormes entre las sábanas. Miro al techo y veo un agujero. Le pregunto a Alberto si no ha notado que le han caído dos piedras encima mientras dormía.
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Desde la terraza de la que era la casa de la abuela de Odila, veo pasar a un tipo con capa y melena al viento. Pasa dos veces y mira hacia arriba. Toda la calle está a oscuras, él irradia su propia luz.
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Estoy en lo que parece la sala de espera de la consulta de un médico. El médico sale y me hace preguntas muy personales delante de todo el mundo. No respondo. Me hace pasar a la consulta, me toca la tripa, dice que será mejor hacerme una radiografía. Me da unas bolsas para los pies y dice que espere. Intento decirle que ya me hicieron una ecografía y una colonoscopia, pero no me hace caso.
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En la esquina de la calle donde viven mis han vuelto a poner el kiosco que había cuando yo era niña. Al acercarme veo que el kiosco está hecho de piel humana y tiene ombligo.

recuerdos gelatina

lunes, 16 julio 2012. Llego a la casa de mis padres, mi madre dice que tengo visita. La hija mayor de Chivite acaba de llegar de viaje, lleva pijama y bebe un tazón de leche. Hablamos de ciudades, le pregunto por Nepal, por Buenos Aires. Dice que Buenos Aires no le gustó y que nadie la comprende cuando lo dice. De repente me parece estar una calle de Buenos Aires, llena de gente y de tráfico ruidoso. Camino muy rápido a pesar de llevar unos tacones altísimos. No sé qué hago allí, pienso que quizá pueda volver a casa a través de una tienda de discos. Las escaleras mecánicas son rodillos con púas de goma a las que hay que agarrarse para no caer. Le pregunto a una chica por la sección de música clásica. Llevas a Scriabin en una chapa, me dice. Le respondo que sí, que es Scriabin para poder marcharme cuanto antes (aunque el de la chapa es Peano). Me indica cómo salir de allí. Aparezco de nuevo en casa. Hay un chico de unos 20 años idéntico a Chivite. Me habla de su nueva impresora, de que las fotos se borran a los pocos días y está desesperado. No hay manera de conservar nada, dice. Le cuento que he descubierto un modo de conservar los recuerdos convirtiéndolos en gelatina, voy a la cocina y cuando vuelvo, el chico vuelve a ser la hija. ¿Ves esto?, le digo enseñándole una bolsita con gelatina rosa congelada. ¿Te enfadarías mucho si te dijera que he conseguido colorear y congelar la respiración de tu padre?, le pregunto. ¡Cómo voy a enfadarme!, ¡Yo habría hecho lo mismo!, dice entusiasmada.

ciruela por céntimo


domingo, 15 julio 2012. Pepo está muy agobiado porque debe empezar la presentación de un libro y el presentador no ha llegado. Le digo a Juan, que anda por allí, que lo presentemos entre los dos. Juan y yo subimos a una tarima de madera y hablamos entre nosotros del libro. ¡Goooooool!, nos gritan entusiasmados desde el público.
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Camino por la calle detrás de una familia. Madre, hijo y abuelo. El niño dice: Mira, El prado. La madre le dice que no, regaña al niño. Los alcanzo en un semáforo. El niño y el abuelo insisten en que quieren visitar el museo. La madre les regaña como si tuvieran a misma edad. Sí es El prado, intervengo, y más allá está El retiro. El niño me mira feliz. Le cuento que el museo era gratis para los españoles enseñando el DNI, y que yo iba casi todos los días con un carnet enorme azul. El niño se ríe. Estamos en el hall del museo, al abuelo le dan una revista sobre arte japonés contemporáneo. La mujer se lo quita, dice que las entradas son muy caras, que hay que pagar incluso para ir al servicio. Recuerdo que necesito ir al servicio. A la puerta hay una mesa pequeña de madera con trozos de tarta. La camarera me tiende un trozo de papel del tamaño de un folio. Le doy 30 céntimos y, como no tiene cambio, me da una ciruela pasa, aclarándome que no tiene hueso. Detrás de la mesa también está Cristina Chaneta, una niña del colegio a la que no veo desde hace años. A ver qué tarta eliges, dice. Hay triángulos de chocolate y limón. Alberto es alérgico al chocolate, respondo. En ese momento caigo en que no sé qué hago en Madrid, que son más de las diez de la noche y que debería llamar a Alberto. Al sacar el móvil del bolso, saco una toalla de playa. De repente, estoy en casa tendiendo la toalla en la terraza. Miro la hora en el móvil. Las diez en punto.

un objeto inexplicable de dos puntas

sábado, 14 julio 2012. Hemos quedado en un bar. Hay gente que no conozco alrededor de una mesa enorme. Si estirara los brazos no alcanzaría a los que tengo enfrente. Enfrente tengo a Chivite y a su mujer. Te he traído un regalo, le digo y le lanzo un rotulador con una punta en cada extremo. Su mujer lo alcanza antes que él. No sirve para nada, dice y se lo da. Chivite lo observa detenidamente, lo estudia como si fuera un mapa. La punta fina es para que escribas, la gruesa para que dediques tus libros, le digo medio en broma. Él sigue observando el rotulador como si fuese algo de otro mundo. Un objeto inexplicable de dos puntas, dice al fin.

penitencias

viernes, 13 julio 2012. Salgo de la casa de mis padres y me siento en la acera. Me desplazo sin esfuerzo, empujándome con las manos. La calle está como cuando era niña. El kiosco todavía está en la esquina, los autobuses son color crema, los taxis negros con una raya azul. Pienso que podría ir a ver a Rosamari. Hace más de 25 años que no nos vemos. Su padre está en la puerta de la tienda, no me reconoce. Le pregunto por su hija. No está, está su hermana. Quiero irme, pero entro. María José no se extraña al verme. Le pregunto por Rosamari, dice que está bien, que mañana estará en la tienda, que ella ahora tiene prisa porque tiene que hacer penitencia. Le digo que yo también. He venido sentada en vez de andando, le digo. Me mira con desprecio. Me despido en a esquina de la calle de mis padres. Dime el mail de Rosamari y mejor le escribo, le digo. No vas a acordarte, dice, ie@mas.com. Pienso que acaba de inventárselo. No le digo nada, me da igual.

sopa de doraemon

jueves, 12 julio 2012. Parece que hay un congreso en un hotel cerca de la playa. Alberto y yo llegamos tarde, cuando todos están ya en sus mesas comiendo. Alberto dice que tenemos las sillas 60 y 61. Las mesas están agrupadas de diez en diez. Cuando llegamos a la nuestra, unas chicas nos ofrecen sopa. Cada una come directamente de una sopera. Parecen dibujos animados. Incluso la sopa se parece a la que come Doraemon. No digo nada, pienso que ya está bien de hablar de dibujos animados, que debo empezar a parecer una persona serie. Llega Fernando muy contento, ocupa la silla número 62, y dice: He preguntado si se puede bajar al restaurante en pijama y me han dicho que sí! ¡Mira, la sopa de Doraemon!, le respondo entusiasmada.
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Juan da una fiesta en su casa nueva. Es un apartamento pequeño sobre la arena (no es que esté en primera línea de playa, es que está construido sobre la propia arena). Lo veo a lo lejos, atendiendo a los invitados. Yo intento mantener la intendencia: que no falten vasos, hielo, saludar a los que van llegando. De repente todos se han ido, sólo quedan su hijo y un amigo (que en el sueño tienen unos 5 años). Quieren que juegue con ellos a las parejas. Les advierto que soy muy buena. Se ríen. Los niños echan las cartas al fregadero. Juan aparece en la cocina, está muy cansado, se pone a fregar vasos, las cartas se van por el desagüe. Pienso que es hora de que me vaya, antes entro al cuarto de baño y hablamos a través de la puerta abatible. Te han dejado esto bueno, le digo. A través de la puerta, me cuenta que está muy solo a pesar de tener a sus padres en la casa de al lado. Lo escucho hablar sin decir nada, sin saber qué decir.

recalcitrantes

miércoles, 11 julio 2012. Salud da una fiesta en su casa (aunque la casa del sueño no se parece a su casa). En la acera hay una pequeña barbacoa. Cada uno debe recordar la forma de su trozo de carne, dice alguien. Parece que se lo pasan bien. No conozco a nadie, así que procuro quedarme en la cocina haciendo fotos. Desde allí, oigo decir que es hora de bailar. Saco unos vasos de un mueble y hago que los friego por, si vienen a por mí, que me vean ocupada. Salud me pregunta qué hago. Tengo fiebre, le digo. Sal, no te preocupes, sólo quedan los recalcitrantes, dice muy contenta.

pijameras, pasaportes y clara de huevo

lunes, 9 julio 2012. Alberto, Sanmartín y yo (y dos chicas que no conozco) vamos por la acera en una especie de carricoche de lata. Paramos en un cruce. Alberto dice que quiere que Sanmartín vea a "las pijameras". Mientras esperamos a que pase alguna, me fijo en que Alberto va en pijama. Como si me leyera el pensamiento, Sanmartín dice: Yo también. Alberto lleva un pijama con ositos rosas, y Sanmartín uno con ositos azules.
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Llego a casa de mi abuela, noto cierto revuelo. Todo el mundo hace algo con prisa. ¡Date prisa, mañana nos vamos a parís!, dice alguien. Salgo al jardín y escarbo en la tierra con un palo. Alguien me pregunta si ya tengo hecha la maleta, y que sepa que soy la encargada de los pasaportes. De repente estamos en un aeropuerto (aunque el aeropuerto es sólo una mesa de playa que hace de mostrador). La azafata me pregunta si soy la encargada de los pasaportes. Le entrego un trozo de papel. Pueden pasar. Al menos veinte personas, familiares y desconocidos, pasan al avión. Entre ellos está Nacho. Nacho me dice en voz baja que necesita su tarjeta de embarque. La azafata lo oye y lo empuja con los otros viajeros. Mientras lo empuja le grita. ¡Estoy harta de exigencias!
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Estoy a la puerta de una cabaña con un grupo de desconocidos. Cada uno trabaja en solitario, yo coso ramas y hojas a un tronco seco. Algunas cortezas se levantan y tengo que volver a empezar. Una de ellas huele a algarrobas. Era un algarrobo, le digo al chico que está a mi lado cascando piedras como si fueran nueces. Una chica dice que necesita una cáscara de huevo. Le abro uno y del huevo sale una cara gelatinosa translúcida. La chica se la lleva para enseñársela a los de dentro de la cabaña. Todos se asustan, dicen que no debería haber entrado con eso en la mano, que ahora ese fantasma se quedará en la cabaña para siempre. De repente me pregunto qué hago yo allí, quiénes son y, sobre todo, cómo podría largarme cuanto antes. Aparece Salva con una blusa blanca con encajes, muy bonita. Intenta quitarle hierro al asunto. Pienso que cuando deje de hablar le pediré que me saque de allí.

un buen trabajo

sábado, 7 julio 2012. Camilo me cuenta que ha encontrado un nuevo trabajo y está muy contento, solo le hacen falta referencias. ¿Puedes ayudarme?, dice. Ahora mismo te escribo una carta de recomendación, ¿qué quieres que ponga? Ven, dice. Llegamos a un bar con la barra en S. Me siento en el extremo más discreto, con la espalda pegada a la pared. Él se sienta en el otro, iluminado. Sólo tienes que asentir cuando te miremos. No me da más explicaciones, pero le digo que lo haré. Mientras esperamos, cada uno en un extremo de la barra, pienso que va a trabajar de gigoló, y que cada vez que una chica le pregunte si es bueno en la cama, me mirarán para que yo asienta. No me parece mal trabajo, ni el mío ni el suyo. Sin embargo no se le ve contento, está echado sobre la barra y sostiene la cerveza con las dos manos. Pienso que quizá el trabajo sea con hombres y por eso está mal. En el momento en el que voy a levantarme para decirle que nos vamos, que ya encontrará otra cosa, se le acerca una chica guapísima, hablan, se ríen. Camilo me señala, le chica me interroga con la mirada. Estoy tan contenta de que no sea un hombre, que en vez de sólo asentir, le dedico una sonrisa enorme y levanto los dos pulgares como diciendo "las mejores referencias".

a la carrera

jueves, 5 julio 2012. Jorge y yo hemos quedado con otros amigos en un restaurante. Todas las aceras están levantadas y nos cuesta andar. Cada esquina ha sido tomada por una mujer disfrazada de soldado (disfrazada porque no es un uniforme, es algo que quiere parecer un uniforme, pero mezclando prendas de andar por casa). En cada esquina hay sacos amontonados. Algunas llevan armas. Una de ellas nos persigue, dice que hemos pisado su esquina y va a matarnos. Me sorprende lo rápido que es Jorge. Incluso me agarra de la mano y hace que yo corra a su velocidad. En la carrera le pregunto: ¿Vamos bien para el restaurante? No tengo ni idea, dice, si te digo la verdad no sé ni en qué ciudad estamos.

todos es todos

miércoles, 4 julio 2012. Mi madre dice que este año me toca comprar todos los regalos de Navidad. Siempre lo hago, le digo. No, todos es todos, aclara. Todos es: los tuyos para los demás, los de los demás para los demás y los de los demás para ti. Estoy mirando el escaparate de "El río de la plata" donde mi madre nos compraba los uniformes para el colegio. Mi hermana se me acerca y dice que espera que le compre esa muñeca. Señala una muñeca de su tamaño, con la cabeza cuadrada. ¿Y sabes qué quieren los demás? Todos quieren muñecas, dice.

taburetes giratorios

martes, 3 julio 2012. Estoy en casa de la familia Chivite. Su mujer dice que la ayudemos a organizar las mesas para la cena. Improvisamos una mesa en U, usamos incluso la mesa de la plancha. Las cubrimos con distintos manteles y sábanas. Seremos diez, ¿verdad?, me pregunta. Se supone que después irán a cenar algunos de mis amigos. Sus dos hijas ordenan la habitación. Les digo que salgo a por mis amigos. Chivite se me acerca, me retira el pelo de la oreja y me dice al oído: Respóndeme sólo sí o no. Me hace una pregunta. ¿Cómo puedes pensar que no?, respondo. Mientras voy a recoger a mis amigos pienso que no le he respondido sí o no como me pidió, que soy un desastre, que no soy capaz de ceñirme a unas reglas. Mis amigos bajan de un autobús. El autobús ha tenido que esquivar a un grupo de azafatas que se habían tumbado en mitad de la calzada. No comprendo nada. Es que no quieren volver a su país, me explica Francis. En realidad no son azafatas, son astronautas, dice Emilio. Francis dice que estoy muy guapa, que nunca me había visto tan arreglada. Me fijo en que llevo ropa que no es mía ni de mi estilo siquiera. Un traje de chaqueta ajustado color burdeos, unas medias de red y unos tacones años 60 de punta cuadrada. Me veo horrible, per no hay tiempo. Llegamos a casa de los Chivite. Les digo que esperen en una habitación con vitrinas llenas de lo que parecen recuerdos de viaje. Hay figuritas de cristal y de madera, sobre todo de caballitos. Los miro desde el cuarto contiguo. Los dos cuartos están separados por una pared de cristal. Pienso que puedo verlos sin que me vean. Ayllón baila alocadamente, mis primas se ríen. Algunas figuras caen al sueño. Mi sobrina las vuelve a poner en su sitio. ¡Al que rompa un solo caballo no vuelvo a dirigirle la palabra!, les grito. Todos suben ordenadamente la escalera para cenar. Las mesas ya no están en U, ahora es una mesa muy larga y muy alta. Tendremos que cenar sobre taburetes giratorios, aclara Chivite. La hija pequeña de Chivite acuna a un bebé que llora porque se ha caído de su taburete. Se supone que ese bebé es el hijo de mi sobrina. ¿Cuándo has tenido a ese niño y dónde está tu hija? le pregunto. Mi madre se acerca a Chivite con un atlas enorme. Le pregunta si para pasar de un estado a otro hay que pagas peaje. Chivite le explica con paciencia el mapa de Estados Unidos y las fronteras donde hay que pagar. Miro a mi alrededor y todo es caos.  Pienso que tiene paciencia de Santo. El único que está quieto, sin tocar nada, es Antonio. Al caos ayuda la música de fondo, una chirigota a todo volumen. No sé si llegamos a cenar, pero llega el momento de ver la primera película que ha escrito y dirigido Chivite. Una especie de road movie con coches enormes de goma que me parece realmente mala. Como si pudiera leerme el pensamiento, Chivite me mira y me aclara: Es de risa.

dulces azotes

lunes, 2 julio 2012. Voy con un grupo para que nos hagan una visita guiada a lo que parece el almacén de un Ikea. Nos suben en una especie de vagón muy rudimentario y pasamos por delante de cajas con artículos, casi todos de plástico de colores. Vamos de pie, amontonados. Delante de mí va Concha. A veces tengo que agarrarla de la cinturilla del pantalón, porque ve algún artículo que le gusta y se lanza a por él. ¿Para qué necesitas eso?, le pregunto cada vez que pesca algo. Me mira con cara de niña la mañana de Reyes, y no puedo hacer otra cosa que ayudarla a pescar objetos. Llegamos por fin a una sala. Todos se sientan ordenadamente. Yo me quedo en pie, con la espalda apoyada en el muro. Camilo está detrás de un atril y va a leer algo. Una chica negra, grande, guapa, con los labios pintados de rojo y un pañuelo atado a la cabeza, intenta hacer en lenguaje de sordos lo que Camilo va leyendo. Camilo lee demasiado rápido. Le hago señas, pero parece no entender mi lenguaje de sordos improvisado. La chica se quita el pañuelo de la cabeza y le caen hasta el suelo trenzas y rastas. Las agarra como si fuesen una red y azota a Camilo con ellas. Todos aplaudimos.