delicioso carburante

martes, 4 septiembre 2012. Construyo un avión de tamaño natural. De vez en cuando alguien me trae piezas y yo voy soldándolas. Cuando lo he terminado, vienen a verlo. Les explico que a simple vista es un avión normal, pero la gran diferencia es que funciona con delicioso café con leche. De lo que no estoy segura es de si el litro de café con leche es más barato que el litro de carburante, les digo.
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Alberto y yo llegamos a una casa donde han convertido el salón en un bar para ver el fútbol. La casa está construida sobre la arena. Se ha puesto a llover y la arena, de repente, es negra. Pasa un chico en bici, pasa un abejorro verde metalizado. Veo a Camilo, a mi lado, mirando el paisaje. Qué bonito, ¿no? No, responde. Me gustaría verte escribiendo poemas, porque de algún sitio tienen que salir. No dice nada, se da la vuelta, entra en el improvisado bar y se sube a la barra. Mierda, ha marcado el Madrid, dice. Cuando baja de la barra pesa unos 10 kilos más y está completamente calvo. No le digo nada. Hablamos de banalidades mientras bebemos cerveza. No me atrevo a preguntarle si está bien. Me doy cuenta de que he perdido los zapatos y afuera sigue lloviendo. Encuentro unas John Smith a cuadros y me las pongo sentada en la cocina. Sobre la encimera hay un pescado enorme sin piel ni cabeza. Me produce un asco inmenso. Alberto entra, dice que termine de calzarme, que nos vamos. Mientras me ato los cordones le pregunto a Alberto: Si Camilo está en fase terminal, ¿podré ir a cuidarlo? Claro.