albornoces repentinos

domingo, 23 marzo 2013. Llego a la que era la casa de mi abuela. La cancela está cerrada por una gruesa cadena y un candado. Una niña me recibe como lo haría un cachorrito. No deja de hablar, dice que tiene muchas cosas que contarme. Le digo que pare, que no tengo tiempo, que debo ducharme, cambiarme e irme. ¿Dónde? A un retiro, sólo estaré fuera tres días. La niña responde que s imposible, que dentro de poco empezarán allegar los invitados. Y señala la calle. Efectivamente llegan tres personas que no reconozco a la primera: mi tía Pepa (que murió hace cuarenta años), Juan Carlos y un actor con bigote (del que no recuerdo el nombre). La niña les hace pasar, les ofrece platos de postre con lo que parecen dedos con las uñas pintadas. Corro hacia el interior de la casa, pienso que si el tubo extensible de la ducha llegara hasta el cuarto podría ducharme allí y mirar la fiesta desde la ventana, escondida tras las rejas y la hiedra. Finalmente voy al cuarto de baño. Cuanta más prisa me doy más lento sucede todo. La ropa se me pega al cuerpo, me cuesta desnudarme. Todo va quedando amontonado en el suelo, ropa y toallas. Al fin puedo ducharme, pero me doy cuenta de que otra niña (más pequeña) y Daniel, están dentro de la bañera. Sin tonterías que tengo prisa, les digo. Daniel me observa. Estás muy delgada, dice. La niña juega con una esponja. Alguien abre la puerta de repente. ¡No!, gritamos los tres a la vez. Oímos como alguien cuenta que hay tres personas en la bañera. Por una ventana horizontal de hojas correderas, que no existía, se asoma una monja. ¡Tranquilos, no están desnudos, los tres llevan albornoz!, grita la monja. Se oye un murmullo. Daniel y yo nos miramos, no entendemos nada. Los repentinos albornoces mojados nos pesan mucho. Ahora fuera, les digo. Intento secarrme, pero todas las toallas están mojadas, también mi ropa. Me cuesta ponérmela porque se agarra a la piel. Pienso que, si me doy prisa, quizá me dé tiempo a saludar brevemente a los invitados y llegar a tiempo al retiro, pero me quedo quieta, pensativa, mirando toda aquella ropa mojada en el suelo.