los anillos de saturno

sábado, 10 agosto 2013. Ayudo a un tipo a cargar sus coches. Los tiene aparcados en línea, con los maleteros enfrentados. Yo vigilo y el entra y sale de un portal con bártulos. Temo que después, en agradecimiento, quiera acompañarme a casa. Entro en el portal para decirle que en cuanto termine me iré. Al salir, los coches no están. ¡Me han robado!, grita. Corremos cuesta abajo, intento parar a un coche de policía pero pasa de largo. Pasa un policía en moto y me pongo delante. Le explico lo ocurrido. ¿Y me para sólo por eso?, le voy a meter un puro, dice el policía. No comprendo nada. El tipo dice que debe marcharse, que lo ha perdido todo. ¿Me llamarás mañana?, pregunta. Me siento culpable por haber dejado de vigilar sus coches, pero sé que no lo llamaré.
+
Se supone que estoy en un encuentro de poetas y que vuelvo al hotel. Todas las calles me parecen iguales, camino muy despacio para no saltarme la mía. Me cruzo con Mestre. A ver si me da tiempo a coger el último bus y llego a tiempo a la comida, dice. En ese momento recuerdo que la comida no era en el hotel. Noto que alguien me sigue, me vuelvo, el Félix Grande. Me has pillado, dice, no sé llegar al hotel y llevo siguiéndote un rato. Yo tampoco sé ir. Nos reímos. Una chica japonesa en camisón, y con un antifaz sobre la frente, nos pregunta si con unos prismáticos se verán mejor las estrellas. Le digo que no, que ni siquiera con un telescopio conseguí ver nítidamente los anillos de Saturno. Nos da las gracias y se va. Miramos cómo se aleja dando pequeños saltos. Entre tanto se ha hecho de noche y todavía no hemos encontrado el hotel.