canica

lunes, 15 enero 2018. Llego a un edificio de Gran Vía. Se supone que ahora vivo allí. Hay un chico con carpeta en la puerta. La puerta está cerrada. Subo dos escalones muy estrechos, empujo y se abre. Caigo hacia atrás. Casi me estampo en la acera, le digo al chico. Nos reímos. Entramos, él va a la entreplanta donde parece que hay una academia. Me tiende un papel con nombres y fotos de la misma academia en Edimburgo. ¿Te acuerdas?, dice como si ya nos conociéramos. Le digo que nunca he hecho ningún curso de escritura. Llegan dos chicas. Me saludan como si me conocieran. Entramos a una cafetería que hay en la entreplanta. Tiene moqueta oscura y el techo muy bajo. Parece que celebran algo. hablan de que quieren ser escritores. Les digo que sólo vivo en el último piso, pero seguro que coincidimos alguna vez, que cuando quieran pueden subir a la azotea. ¿Eres vecina de algún futbolista famoso?, me pregunta una de ellas. Suena un timbre, entran a clase, me despido. Me ha dado vergüenza decirles que yo también escribo. La próxima vez, pienso. Subo, las escaleras son anchísimas y están llenas de topa y juguetes tirados. Cojo una canica pensando en dársela a Ibán y un bolsa con varios muñecos Doraemon. Pienso en que quizá no sean para tirar, sino que los niños del bloque juegan en las escaleras. Dejo todo como está. Las plantas no tienen número y no sé en cuál estoy. Subo y bajo varias veces buscando mi casa.